Se levantó el oso para comer, pero al mismo tiempo,
los dos perros del barrio, que ya se habían despertado y que ya preparaban su
día, se hablaban. Los perros, Fido y Dofi eran amigos y vecinos. Estaban
frustrados porque sus perras y sus hijos seguían profundamente dormidos,
probablemente a causa de ese olor muy fuerte que percibían.
--¿Qué pasa? le preguntó a su
vecino, Dofi.
--No sé, respondió Fido, pero me
siento un poco mal y no puedo levantar mi pata para orinar.
--¡Qué pena! ¿Trataste de
cambiar de pata?
--No puedo moverla y me muevo
con gran dificultad. Me frustra que mi perra no pueda ayudarme, no puedo
despertarla. Se me hace que se enfermó.
En ese momento, nuestros amigos
oyeron un ruido muy sordo y mirándose uno al otro, se convencieron de que la
tierra se esforzaba en animarlos y convencerlos de que tenían que trabajar para
alimentar a sus familias.
En seguida, vieron un oso que
caminaba hacia ellos y que les parecía que se daba prisa.
--Pero ¿para qué el oso se da
prisa? ¿tendrá hambre? Ha de sufrir mucho este verano porque no llovió y pues,
no hubo fruta...
Dofi no escuchaba más a Fido. No
podía más. No podía contener sus ganas de orinar. Tenía que orinar.
Repentinamente, vio un árbol a su derecha. ¡Un árbol! ¡Un milagro! ¿Existen
servicios mejores que un árbol? No. Y además, este árbol era de colores. ¡Una
belleza!
Dofi, sin pensar más, trató de
dirigirse a lo que era un manzano... No le importaba que Fido le gritara que se
quedara con él. No lo oía porque el pobre Fido no se daba cuenta de que nada
salía de su boca: su voz se había apagado de miedo. En consecuencia, Dofi no
prestó atención a Fido y éste, con mucha dificuldad, se arrastró hacia el árbol
para orinar. Pero cuando lo vio moverse, se enfadó el oso, que solamente podía
pensar en su comida. El oso, incapaz de
contenerse más, cambió su paso y a cada paso, andaba más rápido, animándose y
animado por el descaro de este pequeño animal que lo desafiaba.
Fido, estupefacto, miraba todo y
temía por él y por su amigo. Pero, en
lugar de levantar la pata, se sentó y por temor, se orinó. Pobre Fido, ¡qué
vergüenza, como una mujer!
Dofi, mirándolo, se empezó a
reír y a reír, y se rió tanto que se orinó también sin levantar la pata. Por
nerviosismo, Fido también se empezó a reír y así los dos amigos se reían tanto
que se tiraron al suelo de risa.
El oso no comprendía nada. ¿Qué
pasaba? ¿Estarán locos estos animales? El oso no sabía qué hacer con esos
locos.
Fido, riéndose, saludó al oso y le dijo: --Bienvenido Oso. Adelante.
Diciendo eso, tendió la pata
izquierda al oso, que tranquilamente trepó al manzano, feliz, pero dejando tras
de él un olor muy fuerte que los perros reconocieron.
Seguro que el oso había caminado
por la carretera de los zorrillos...
Fido y Dofi, mirándose,
cambiaron su camino y regresaron hacia su casa para reencontrar a sus perras y
a sus hijos, esperando que todos estuvieran
despiertos. Pero antes de llegar a su casa, se dieron la pata para
jurarse que nunca dirían lo que había pasado cuando tuvieron ganas de orinar.
Un secreto entre los dos amigos.
¡Qué mañana!
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*Estudiante del nivel Intermedio
II
UNAM-ESECA en Gatineau, Québec, Canadá