Crepúsculo, un lugar
efímero, como entre el día y la noche, donde las cosas se hacen indistintas y
no pertenecen ni al mundo real ni al mundo irreal, sino se trasladan del uno al
otro.
Después de haber usado el modo subjuntivo en mis
últimos cuatro cursos de español, un día, de repente, me di cuenta de que ese
modo se había trasformado, de un reto en una herramienta, o sea, en un buen
amigo. Apareció un domingo por la noche como en un sueño, y desde entonces
sigue siendo mi fiel compañero (como Obi-Wan Kenobi en la película La Guerra
de las Galaxias), y mi portal al mundo de lo irreal y de las emociones.
¿Cómo sucedió eso? Lo que pasó fue que por fin logré entender que en español había
muchos mundos, lo real y lo irreal, lo conocido y lo desconocido, lo
determinado y lo que todavía espera su resolución, los sueños y la realidad, lo
objetivo y lo subjetivo, y que para colocar algo en uno o en el otro, el único
requisito era cambiar del indicativo al subjuntivo y viceversa.
Es como si el subjuntivo tuviera la carga de
describir lo que pudiera ser, lo que hubiera podido ser, o lo que tal vez nunca
sería posible. Es útil para muchos usos
- dar órdenes, pedir favores, y crear misterios. “¡Que se calle ese perro ruidoso!” ¿Porqué el subjuntivo? Porque hasta que se calle el perro, el
silencio no se hará realidad y mientras esperamos, este suceso queda en
suspenso e irreal: ¿Se callará el perro o seguirá ladrando? ¿Tal vez nunca se
calle, a menos que alguien le regale un trozo de carne?. Eso también se aplica
a los deseos, los cuales podrían ser considerados órdenes imaginarias. Aunque
las palabras “Espero que se calle el perro” u “Ojalá se calle el perro”
expresan el deseo de tranquilidad, no la garantizan, y por eso, todavía estamos en el mundo de la
imaginación y de lo desconocido.
Además del mundo de las órdenes, el subjuntivo nos
abre la puerta del reino de la duda, de la incertidumbre, de la incredulidad y
de la sospecha. “Es posible que se calle el perro”, “No creo que se calle
jamás” hacen del silencio del perro un misterio eterno, que debe colocarse en el mundo irreal del crepúsculo.
Es evidente que las negaciones también son seres
del mundo de la imaginación. Por ejemplo, podría decirle al policía que me ha
detenido: “No manejaba con exceso de
velocidad”. Pero para darle fuerza a
esa afirmación, sería mucho mejor decir: “¡Niego que haya manejado con exceso
de velocidad!” Con esta frase, la acción de manejar con exceso de velocidad
cambia a algo que no existía, que aparentemente nunca sucedió, y que entonces
pertenece al mundo de la pura imaginación. Esto me parece un buen ejemplo de la
fuerza del subjuntivo - no importa cuál haya sido mi verdadera velocidad, con
esta frase mando este hecho al mundo del crepúsculo, de donde nunca se escapará
- ¡o por lo menos, hasta el momento que llegue el aviso de la multa!
También muchas preguntas, hasta que se contesten,
son del mundo del crepúsculo. Por ejemplo, la pregunta “¿Hay alguien aquí que hable inglés?” nos
introduce en el reino de la duda y de la incertidumbre, porque no existe esta
persona hasta que se conteste: “Sí, hay alguien”. Iguales son los usos del
subjuntivo para indicar algo futuro: “Te prestaré el libro cuando acabe de
leerlo”, porque ¡me podría caer un rayo antes de terminarlo!
No obstante, lo más fascinante del subjuntivo es su uso como
pasaporte entre lo objetivo y lo
subjetivo - o sea, para entrar en, o salir de, el mundo de las emociones y de
los sentimientos. Me encanta que pueda sentir y expresar algo sin que sea
necesario que exista o no el objeto o evento que le da origen a este
sentimiento o expresión. “Me gusta que haga sol en el invierno”. Puedo decir
eso, o sentirlo, o pensarlo, no importa que en realidad llueva, o nieve, o esté
nublado el cielo. Con esta frase, puedo disfrutar de la presencia del sol,
gozar de su luz y su calor, o escaparme de un día que no me gusta. Sólo son
necesarias unas pocas palabras para cambiar el modo. ¡Qué maravillosa herramienta!
Me sorprende que los políticos de
cualquier país no hagan fila para aprender el español con el propósito de usar
el subjuntivo de esa manera. Para un político que quiere ser elegido sin
comprometerse, es mucho mejor decir “Me importa que bajen los impuestos” que
“Prometo bajar los impuestos”.
¡Pensando en eso, no dudo que si no hubiera existido este uso del
subjuntivo, los candidatos habrían tenido que inventarlo!
Bien. Para concluir, he descubierto
que el subjuntivo, aunque al inicio sea un verdadero rompecabezas para nosotros
los estudiantes de español, una vez asimilado se convierte en un instrumento
agradable y esencial para trasladarse del mundo de lo objetivo y de lo concreto
al de la imaginación y de las emociones. No quiero decir que no exista esta posibilidad en otros idiomas, sino
sólo que en muchos casos (como en el de mi primera lengua, el inglés), ese
traslado se hace a pesar de la estructura gramatical de la lengua más que con
su apoyo.
Para parafrasear el famoso dicho de
la película La Guerra de las
Galaxias, “¡Que el subjuntivo siempre vaya contigo!” (“May the force be with you”, o sea,
“Que la fuerza te acompañe”).
* Estudiante del nivel Avanzado 1, ESECA.
UNAM-ESECA en Gatineau, Québec, Canadá
Jchartrand@rogers.ca