Florencia, la madre, con cinco hijos de edades entre diez y dos años,
aproximadamente, vive con ellos en el campo y allí llevan una vida de total
armonía con la naturaleza. Es una situación idealizada porque la madre está
dedicada por completo a la educación de sus hijos y los cría con amor y respeto
y sin ningún tipo de prejuicio. Los niños, especialmente los dos mayores, se
van acostumbrando de forma natural a las actividades de la granja y cada día se
interesan más en todas las manifestaciones de la naturaleza: los astros, las
distancias, el horizonte, los animales, los árboles, etc.; "¿por qué,
dónde…?". A todas las inquietudes infantiles, la madre responde de forma
tal que sus respuestas los animan a asimilar ese conocimiento y a descubrir
algo más, a plantearse dilemas.
El padre, de otra clase social, está ausente; viene de vez en cuando de
visita y para los hijos no significa mucho; es una figura decorativa.
De repente, en esa idílica situación sucede algo tremendo para los
niños: muere la madre. Y ellos son trasladados inmediatamente a la casa de la
familia del padre, en la ciudad de México. Su desconcierto es grande; ahora se
encuentran en medio de una sociedad con valores totalmente opuestos a los
suyos. Es la sociedad postcolonial.
Aquí, hasta el ritmo de la narración cambia. Los niños se adaptan mal y,
desde este momento, el relato les seguirá los pasos a los tres mayores,
concentrándose muy especialmente en el mayor de todos: Lorenzo de Tena (no sé
si este nombre corresponde a personaje real de la vida mexicana). Iniciado
desde niño en la observación de los fenómenos físicos, el estudio de el cielo
va a ser siempre su derrotero, su obsesión. Y así continúa durante su difícil
adolescencia y juventud, marcadas por su actitud anárquica y contestataria,
pero sin equivocar jamás su intención de lograr un país mejor mediante el
desarrollo de la ciencia, para que eso redunde en el bienestar de los
mexicanos.
Pasando por innumerables dificultades, compartiendo miseria y hambre con
los más desfavorecidos, confrontando siempre al poder estatal en todos los
niveles, Lorenzo llega a convertirse en astrónomo reconocido y apreciado por la
comunidad científica internacional. Esto lo logra sin haber hecho los estudios
reglamentarios; sólo por su experiencia, su trabajo y su tenacidad (¿tendrá que
ver con su apellido Tena?). Y siempre con la esperanza recóndita de encontrarle
un sentido a la muerte de Florencia, su madre. Su estudio de los cielos es una
forma de unión/comunión con el paraíso que ella le evoca.
Por
estar inmerso en su trabajo, ha descuidado su vida personal, como por ejemplo
el hecho de casarse y formar una familia. Pero finalmente se enamora de una
mujer nada convencional: Fausta conjuga en sí misma los valores del terruño
mexicano (esa parte primitiva y mítica de México, esa sabiduría antigua), de la
total identificación con la naturaleza (también fascinación por la astronomía),
de la cultura universal, de los adelantos tecnológicos: computación,
globalización; y, más que nada, su mente abierta a aceptar todo lo que pueda
ser aprovechable para mejorar la realidad: no tiene prejuicios. Es libre.
Lorenzo toma la decisión de unirse a ella, más que todo porque vislumbra
en esa unión su reconexión tan ansiada con Florencia, o sea con el mundo de su
infancia que le fue arrebatado: "… no era demasiado tarde para tener
hijos, una hija a la que llamaría Florencia." p. 472. Pero como Fausta no
es de ese mundo paradisíaco, sino que es más terrena, material, ella
desaparece; Lorenzo queda en estado de total consternación y aquí es el momento
de recordar las palabras de su madre: "…que las especies todas, …se cruzan
para no morirse." p. 16*
Lorenzo
de Tena expresa, en su vivir, un México ideal que se aferra a las grandezas del
pasado, esperando que esta herencia será fundamental para conformar la gran nación moderna y competitiva que sus
hijos anhelan. Pero vemos que Fausta, Norman² y otros, que representan una
visión más integral porque, sin carecer de esa identificación y admiración por
el pasado mexicano, que son la obsesión de Lorenzo de Tena, aportan todo lo que
ofrece el mundo evolucionado para lograr esa conjugación del pasado con el
presente, en beneficio del México de hoy. Esto no llega a darse en el libro de
Elena Poniatowska, pero sí nos presenta su visión esclarecida del camino que
falta por hacer.
Lo anterior se revela en el título La piel del cielo, metáfora en la
que "el cielo" (felicidad, progreso, éxito, etc.), sólo logra
alcanzarse a través de algo que tiene una "piel", es decir que
implica contacto, percepción, placer y marca la frontera que une o separa,
porque envuelve algo (el cielo). Y que, al mismo tiempo, puede revelar o
impedir el camino al "cielo".
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1Poniatowska, Elena, La
piel del cielo, Premio Alfaguara de novela 2001, México.
² Una acalorada
discusión tiene lugar entre Lorenzo y Norman Lewis, astrónomo de Harvard, a
propósito de los muralistas, cuando éste visita México y tiene ocasión de
expresar su admiración "delirante" por el arte precortesiano. Le
concede a Diego Rivera que "sabe su oficio pero es plano" y
"panfletario", y a Orozco lo considera "grotesco, descriptivo,
caricaturesco, estúpido, feo, simplista a morir" y que "ofende a un
pueblo (los antiguos mexicanos) que conoció el pensamiento abstracto".
Lorenzo responde con una exaltación de "el indio [que] fue hecho
pedazos" pero Norman concluye que su amigo "está cayendo en el
sentimentalismo [que] si es una liberación, es también un relajamiento de las
emociones." pp. 409-412*.
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*Responsable de la biblioteca “Juan Rulfo”
UNAM-ESECA
en Gatineau, Québec, Canadá
ladiaz@unameseca