Literatura |
La naturaleza humana en "La zarpa", de José Emilio Pachecopor Horacio Molano Nucamendi* |
Cuando
uno encuentra un texto como "La zarpa" agradece al autor la posibilidad de
plantear en clase esa parte noble de la literatura. ¿Cuál es dicha parte noble?
Sin duda, se trata de la comunicación de las emociones de los personajes, lo que nos hace reflexionar sobre la condición humana.
La envidia, uno de los siete pecados capitales que nos podría hacer arder en
el infierno, queda plasmado en el cuento de Pacheco. ¿Cuál
es el mayor logro de esta pieza narrativa? Creo que estaremos de acuerdo en que
ese logro es encontrar la voz justa de Zenobia, la protagonista de esta
historia, que en el transcurso de su vida ha tenido siempre en mente la
presencia de Rosalba, por lo cual ha crecido por decir así a la sombra de su
amiga de la infancia. En el relato descubrimos las frustraciones de Zenobia
siempre en contraste con los logros de Rosalba. ¿Cómo consigue encontrar esa
voz justa Pacheco? Pues precisamente cediéndole la voz al personaje a través de
la construcción de un monodiálogo. La
ubicación de la protagonista en el momento de confesión es efectivo tanto por
darle el tono de confidencia como por colocar un interlocutor que la acompaña
durante toda la narración: el padre. De esta forma la interpelación con el
padre nos recuerda ese tono privado del relato en el cual Zenobia va develando
su espíritu. En la mejor tradición del arte de narrar, la toma de palabra del
personaje en una situación cotidiana hace que el lenguaje fluya y que el cuento
encuentre entonces de forma natural su tono coloquial. He aquí lo que sorprende
a los lectores de "La zarpa", descubrir de viva voz el recuento de un estado
emocional que narra abiertamente un antivalor: la envidia. ¿Quién no ha sentido
alguna vez dicho sentimiento? Lo relevante en este caso es que es algo que
pocos reconocen, de manera que leer un cuento en el que se recrea tal sentir es
una experiencia fuera de lo común. Ahí radica la originalidad del texto: crear
una voz que exprese este pecado capital sin realmente estar acongojado, se
trata del reconocimiento de esta emoción sin mostrar culpa, a pesar de que el
monodiálogo deja bien claro desde un inicio que el interlocutor es un cura: "Padre,
las cosas que habrá oído en el confesionario y aquí en la sacristía... Usted es
joven, es hombre. Le será difícil entenderme. No sabe cuánto me apena quitarle
tiempo con mis problemas, pero ¿a quién si no a usted puedo confiarme? De
verdad no sé cómo empezar." Maravillosa
entrada. En unas cuantas líneas entramos en circunstancia. Ubica la historia en
el universo de una congregación: "las cosas que habrá oído". Nos revela la
condición de mujer y vieja marcando el opuesto: "Usted es joven, es hombre."
Además de acentuar la soledad de Zenobia: "¿a quién si no a usted puedo
confiarme?", para luego entrar a la complejidad del arte de narrar: "De verdad
no sé cómo empezar." Decía Quiroga en el quinto mandamiento de su
"Decálogo del perfecto cuentista": "No empieces a escribir sin saber desde la
primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas
tienen casi la importancia de las tres últimas." Ya
vimos como las tres primeras líneas de "La zarpa" nos introducen al interior
del conflicto de la protagonista. Ahora revisemos las tres últimas: "[...] No
importaba lo de antes. Ya nunca más seríamos una la fea y otra la bonita. Ahora
Rosalba y yo somos iguales. Ahora la vejez nos ha hecho iguales." Descubrimos
con estas frases por dónde va la flecha, es decir, a dónde nos conducía la
narración de Zenobia que, sin duda, está perfectamente claro con el título del
cuento: "La zarpa". El vil instrumento del tiempo que nos hace a todos
vulnerables al perder la prestancia de los años mozos. Quizá el planteamiento
central nos llega de sorpresa, nunca pensamos que la narración de la
protagonista nos llevaría a estos terrenos y entonces, como Cortázar anunciaba,
hemos quedado noqueados ante un muy buen cuento. ¿Después
del final qué nos queda? El pensamiento, la reflexión sobre la naturaleza
humana, pero no sólo aquella que expresa sentimientos como la envidia, sino el
del paso del tiempo, el inevitable paso del tiempo que ha hecho que los poetas
adviertan sobre la fugacidad de la vida. He ahí la verdad de los seres humanos:
que hemos nacido para morir, pero antes envejecer — claro, si uno tiene la
suerte de ser longevo— y tener ante sí la imagen viva del cuerpo que acumula
los años. Claramente expresada en el cuento: "Primero
de lejos, después muy de cerca. No puede imaginarse, padre: ese cuerpo
maravilloso, esa cara, esas piernas, esos
ojos, ese cabello, se perdieron para siempre en un tonel de manteca,
bolsas, manchas, arrugas, papadas, várices,
canas, maquillaje, colorete, rímel, dientes falsos, pestañas postizas,
lentes de fondo de botella (p. 64)." Simple,
con la acumulación de los años vemos la suma del resultado de llegar a la
vejez, la enumeración de elementos que no deja tranquilos a los lectores de
nuestro tiempo, que se empecinan en rendir culto a la juventud, y aquí vemos
reunidas esas palabras que enchinan la piel: "bolsas, manchas, arrugas,
papadas, várices, canas…" Implacable recuento de los estropicios del cuerpo,
inevitable asociación de productos anunciados en la tele para combatirlos:
adiós a las "bolsas, manchas, arrugas, papadas, várices, canas…" Ese juego del
final de encontrar la serenidad de que al fin en un punto Zenobia y Rosalba,
Juan y Pedro, equis y ye, se igualen en condiciones rumbo a la tumba causa risa
en el lector, una risa que oculta el miedo inculcado en nuestras sociedades a
ser viejo, a estar más cercano a la muerte. Esta
última enumeración sin lugar a dudas tiene mucha fuerza; sin embargo, en el
cuento antes se han realizado otras, como aquella en donde la propia Zenobia se
autodescribe: "Qué iba a hacer yo, la fea, la gorda, la quedada, la solterona,
la empleadilla..." (p. 63). Páginas más atrás ella misma se califica en
términos semejantes como "Fea, gorda, bruta, antipática, grosera, díscola,
malgeniosa." (p.60) Zenobia es implacable consigo misma, representa a esa clase
de gente cuya severidad no perdona ni a su propia persona. El efecto de la
acumulación de palabras nos dejar ir viendo el carácter de la protagonista,
descubrimos en cada adjetivo una faceta que nos hace recrear con precisión al
personaje: "Fea, gorda, bruta, antipática, grosera, díscola, malgeniosa." Si
nos damos cuenta, no son sinónimos, son aristas de una personalidad que se nos
muestra terrible. Lo más impresionante es la claridad en la voz de Zenobia,
quien se retrata con conocimiento de causa. De ahí que el reconocimiento de la otra sea
igual de transparente; cuando se refiere a Rosalba, Zenobia expresa: "su cara
fresca de muchacha, su cuerpo esbelto, sus ojos verdes, su pelo castaño, sus
dientes perfectos..." (p. 62) Puras características físicas, tal parece que lo
que repudia es ver la perfección hecha mujer. De ahí el resentimiento de
Zenobia, pues Rosalba encarna esas cualidades de belleza que la sociedad nos
dicta. Se queja nuestra protagonista: "Desde que entramos en la escuela de
párvulos (...) fue la más linda, la más graciosa, la más inteligente." (p. 59)
y para colmo "siempre buena, amable, cariñosa…" En momentos se compadece de Rosalba, ya que
aunque bella no ha conseguido la estabilidad ni quizá la felicidad. En cierto
momento de la historia escuchamos —y digo escuchamos porque la narración está
anclada en la oralidad, en la expresividad de Zenobia: "Por eso, padre, y
fíjese en quién se lo dice, no debemos sentir envidia: nadie se escapa, la vida
es igual de terrible con todos." Ley de la existencia, la insatisfacción es
humana y todos nos sentimos carentes de algo valioso que quien lo tiene no sabe
apreciar. Es nuestra naturaleza como seres humanos lo que José Emilio Pacheco,
a través de la creación de este personaje tan entrañable, nos presenta. Hay dos momentos clave para entender a Zenobia
en su reconocimiento de tener malos sentimientos hacia Rosalba. Uno es cuando
se la encuentra en la calle un día de lluvia y ella la invita a pasar a su
antigua morada en Vaya asunto para narrar. He tenido oportunidad
de leer este cuento con estudiantes extranjeros de Esa descripción tan clara y precisa de los
"malos sentimientos" es novedosa y original para los lectores, quienes tenemos
la oportunidad de reconocernos en las palabras de "La zarpa". La confesión de
Zenobia se vuelve un acto público a través del cual vemos al individuo
enfrentado con el deber ser social que se nos impone. Uno tendría que alejar la
envidia, el desear mal al prójimo, el regodearse ante la desgracia ajena, pero
las personas no escapan a eso y tenemos —en Zenobia— el retrato de un personaje
frustrado cuyo estado emocional ha impedido su pleno desarrollo. La envidia, la
molestia ante los triunfos de los demás, es algo que tendría que aprenderse a
manejar desde la primera infancia, pues de lo contrario estamos destinados a
repetir la historia de "La zarpa" y conformarnos con la ruina que causa el
tiempo a bonitas y feas, a atractivos y repugnantes. La
sabiduría popular está presente en la trama, como dice Fernando Burgos: "la
garra del tiempo iguala". De ahí que sea una trama que cautiva pues la
reflexión sobre el paso del tiempo toca un tema medular para la conciencia del
ser, con un mismo final: Zenobia y Rosalba terminan siendo igual, viejas. El cuento de Pacheco nos guía también en una
época en que las cosas eran diferentes; la movilidad social conseguida tras la
institucionalización de la revolución se refleja en la vida de Rosalba, a quien
la vida la ha llevado a tener una casa en Las Lomas, un chófer "de uniforme y
toda la cosa". Recuerda
Zenobia al principio de la historia: "Entonces nacíamos y moríamos en el mismo
sitio sin cambiarnos nunca de barrio.Éramos de San Rafael, de Santa María, de
la colonia Roma. Nada volverá a ser igual... Perdone, estoy divagando." (p. 59) Con esa elegancia con que le gusta a Pacheco
darnos las coordenadas políticas del país en sus textos, la protagonista nos
ubica en el momento de uno de sus escasos pero significativos encuentros con su
amiga: "Se fueron los años. Sería época de Ávila Camacho o Alemán cuando una
tarde..." (p. 62) La nostalgia se entrevé en las indicaciones temporales de la
narradora; es un país que se nos fue y ella ha sido testigo de ese paso del
tiempo: "Usted no es de aquí, padre, no conoció México cuando era una ciudad
pequeña, preciosa, muy cómoda, no la monstruosidad que padecemos ahora en
1971." (p. 59) Se ubica el presente del personaje en el sexenio de Echeverría,
cuando el príismo gozaba de buena salud y el desarrollismo imperaba como
modelo. En esa línea temporal, cuando la vejez se instalaba sin más y aún Jane
Fonda no vendía sus secretos de juventud, tenemos a estas dos mujeres que han
crecido en una ciudad que ha brindado sus oportunidades o sus desgracias, según
el caso. En
ese sentido social se nos muestran las circunstancias de las mujeres de Santa
María, quienes, de acuerdo con la protagonista, se habían alejado de la colonia
y "las que seguían allí estaban gordas, llenas de hijos, con maridos que les
gritaban y les pegaban y se iban de juerga con mujeres de ésas. Para vivir en
esa forma mejor no casarse." (p. 62) Vemos cómo tangencialmente Pacheco apunta
problemáticos fenómenos sociales que nutren la profundidad de la obra: la
violencia doméstica, la insatisfacción conyugal, la prostitución. Finalmente se
retrata todo lo que rodea a la protagonista, este ser enfrentado con su
sociedad y ese miedo de permitirse ser algo más que la fea del salón de clase. Esa
resignación a ser lo que imponen desde fuera. Recordemos esa devastadora frase:
"Si alguien nace fea por fuera la gente se las arregla para que también se vaya
haciendo horrible por dentro." (p. 60) Con tal manera de pensar, el personaje va
coartando sus posibilidades de ser diferente, de no ser la fea del barrio, de
la escuela, de la casa. Zenobia restringe sus cualidades a lo que ve en el
espejo. Dicho enfrentamiento es una problemática de los seres humanos, que no saben
reconciliar lo que son con lo quieren ser. En
ese ámbito más personal, el cuento bordea sobre el concepto de amistad en
nuestras sociedades. Rosalba ignora que es el sujeto de envidia de Zenobia. Ahí
está la incomprensión del otro, pues ante las quejas de la amiga, trata de
inyectarle ánimo: "’Qué tonta eres. Cómo puedes creerte fea con esos ojos y esa
sonrisa tan bonita que tienes.’" (p. 60) No alcanza a entender la
autopercepción de su compañera, que es demoledora consigo misma. Zenobia
rechaza las buenas intenciones de Rosalba, quien en un momento de la historia
le confía su mayor problema: la infertilidad. Así mientras que una se abre a la
otra, la otra construye un muro infranqueable que la aísla hasta el punto de
sólo contar con el padre de la iglesia como escucha. Un escucha silencioso que aviva la expresión
de un sentimiento normalmente reprimido. El dejarse envolver por la envidia nos
hace personas frustradas que no podemos compartir los éxitos ajenos. El no ser
sinceros en nuestras relaciones acarrea conflictos innecesarios. El habitar en
ese mundo de simulaciones y amistades fingidas sólo provoca el conformismo. En
cada reencuentro con Rosalba, Zenobia se confronta con lo que es. No se perdona
a sí misma su dejadez, "me quedé arrumbada" (p. 61) escribe Pacheco en voz de
su personaje. "Arrumbada", arrumbarse, perderse en el paso del tiempo sin
conseguir nada más que el vivir al día. Zenobia es la suma de sus decisiones,
ella fue la que dejó de ser abogada por no tener la compañía de su "mejor
amiga", ella decidió no casarse por el miedo a sumar más infortunios a su
existencia, pero ese dejar de hacer la convierte en la vieja frustrada que sólo
se permite el placer al ver a la otra derrumbada por los años. Las entretelas de la narración dan paso a
voces en la distancia. Voces recuperadas de sí misma, como cuando ante a la
invitación de la primera boda de su amiga, Zenobia plantea: "Rosalba, ¿qué me
pongo? Los invitados de tu esposo van a pensar que llevaste a tu criada." (p.
61) Complejo de clase a primera vista, inseguridad, falta de confianza en ser
quien se es: la amiga de la novia. Esos desencuentros causados por el que dirán
dañan la autoestima de nuestra protagonista. Esa visión de los otros se
manifiesta abiertamente en la época de la preparatoria cuando "En un periodiquillo
estudiantil publicaron: ‘Dicen las malas lenguas que Rosalba anda por todas
partes con Zenobia para que el contraste haga resplandecer aún más su belleza
única, extraordinaria, incomparable’." (p. 60) Zenobia da crédito a esas
palabras en lugar de sentirse segura de los afectos de quien fuera su amiga
desde los primeros pasos de su vida. Al inicio me refería a la fortuna de encontrar
textos como éste, en el que se abren las fronteras de nuestra percepción de lo
ficticio, ya que Zenobia existe, la
hemos conocido en la rivalidad de la escuela, en la competencia del trabajo, en
las reuniones de amigos de la infancia. De ahí que existan muchas posibilidades
de comentar lo que el texto sugiere, pues el lector reconoce en la situación
planteada sus propias experiencias. Esa manifestación de emociones, ese
reconocerse en la narración es lo que busca uno como profesor: la vitalidad de
la literatura está en esos umbrales en que dudamos que lo que se acaba de leer
pertenece únicamente al mundo de la creación artística de un autor como José
Emilio Pacheco, pues nos permite entender la naturaleza humana a través de los
personajes de su obra narrativa. Bibliografía: José Emilio Pacheco, El principio del placer, México, Era, 1997. * Profesor de Literatura CEPE-CU, UNAM, México,
D.F. luishmon@yahoo.com |
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