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Un paseo por los libros

Ixel Miranda*
Starka
Un paseo por los libros
Foto: Ixel Miranda

Vivir en la Ciudad de México, la mayor parte del tiempo, puede ser estresante y difícil. Afortunadamente, los habitantes contamos con varios espacios para relajarnos y disfrutar la vida citadina. Ayer fue para mí uno de esos días angustiosos pero, por azares del destino, hoy estoy en la colonia Condesa y en un refugio del antes llamado DF: la librería Rosario Castellanos.

Entro y un mar de libros bien acomodaditos en estantes me recibe. No sé con exactitud qué busco o qué quiero leer; resulta complicado intuir por dónde empezar: esto no será un obstáculo. Me dirijo al área de literatura y comienzo a hojear textos de Rosario Castellanos, Alí Chumacero , Amparo Dávila, Octavio Paz. Ahora la dificultad reside en qué título comprar porque no tengo el dinero suficiente para adquirir todos los que deseo.

Si algo me gusta en la vida es comprar libros, aunque muchos de ellos pasen meses o hasta años en mi librero esperando. Ya llegará su momento.

Después de un rato (no sé exactamente cuánto porque aquí el tiempo no me importa), voy a la sección para niños. Es la que más me atrae; son geniales los ejemplares con dibujos y letras grandes o con texturas: ¡cómo me hubiera gustado tener libros así cuando era niña!

Volteo y a unos pasos de mí está una familia. Es una niña con su mamá y su papá; se ven acongojados, perdidos en un mundo nuevo y apabullante. Logro escuchar parte de su conversación: los padres buscan textos para su hija porque en la escuela le pidieron libros para hacer reportes de lectura, aunque la profesora no les sugirió ningún título.

Pareciera que llegaron ahí porque no tuvieron más remedio y no saben qué esperar. Se sienten apenados, no se atreven a abrir los ejemplares y con discreción revisan los costos. Hasta hace poco, los únicos libros que se necesitaban eran para estudiar las materias y esos la escuela los daba. Ahora con la "preocupación" de que los alumnos lean es necesario ir a buscarlos para cumplir con las tareas. Lo de menos es acercarse a un desarrollo intelectual y espiritual o favorecer una independencia de criterio, como lo sostiene Juan Domingo Arugüelles [1] .

En un país como México, una minoría es la asidua a leer y se ha creído por mucho tiempo que una familia de clase pobre tiene que decidir entre comprar libros o la despensa para la semana, lo cual no es del todo cierto. Además del costo de los ejemplares, se debe sumar el desinterés por leer libros.

Me acerco y con tono amistoso y confiable les hago ver que pueden tomar y hacer una lectura rápida del que les llame la atención pero parece que ellos lo único que quieren es salir de ahí lo más rápido posible. La niña, agobiada, no sabe qué elegir. ¿Por qué la mayoría de las librerías se encuentran alejadas de las zonas marginadas?

Después de mi atrevimiento, me alejo y ellos apresuradamente toman uno y buscan la caja. Pagan y rápidamente se van. Por mi parte, tomo una edición de Alicia en el país de las maravillas con ilustraciones. Será un excelente regalo.

Durante el regreso a casa, veo un anuncio en un puesto de revistas: Lee 20 minutos al día con la "cantante" Dulce María (las comillas son mías), quien cuando habla en entrevistas se nota que no lo pone en práctica con mucha frecuencia. Hace falta más para que se pierda ese miedo a los libros porque a las revistas de chismes de espectáculos no se les tiene. Cada semana se venden (y supongo que se leen) miles de ejemplares de ellas. Me pregunto si este tipo de campañas quiere promover la lectura para que el público vea lo que sucede cuando no se lee o para que crea que los libros son un índice de estatus y el único vínculo para poder llegar a la cultura.

*Estudiante del Taller de Crónica Literaria
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México


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