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¿Nasciturus? La Luz al final del túnel

Rosa Valencia de Estrada*

Foto: https://www.flickr.com/photos/kokichuelo/4508146378/

Junio 1, 1942. México declara la guerra a Alemania, Italia y Japón. 

En medio de la oscuridad aceleré y veloz me dirigí cual flecha con certero rumbo al punto de encuentro. Debía ser la primera, lo sabía, pues solamente una podría llegar a ser. Aunque los estropeados recuerdos de mi anterior vivencia permanecían en mi psique, no debía desperdiciar el insólito momento que se me obsequiaba para reanudar mi vida. Indiscutible argüir en este momento cuán ardua había sido la auténtica esencia de mi anterior mundo; bien lo recordaba. Quién sino yo misma había recorrido el mismo pasaje y la misma experiencia y, por tanto, nada me era extraño. Soy un alma vieja y sabía cómo sería ese ascenso. Reza el refrán: Llegar a ser, ascendiendo, es mejor que nacer siendo.Instintivamente conocía el camino; era la ruta similar a la que había ya recorrido y pareciera no obstante que era lo único que había aprendido. No sabría sino hasta después qué tanto aprendí de aquella vida.

Con parca ostentación de mi claro conocimiento del entorno, me desplacé al encuentro de mi alma gemela. Así, discretamente convertí ese encuentro en un éxito rotundo: "Ya no sois dos, sino uno¨. No obstante lo efímero y tierno de mi nuevo ser, pensaba que volvía al mismo lugar y tal vez a sufrir de nuevo. Morí lentamente y ahora renacía lentamente. Sabía que habría luz al final del túnel pero ¿qué singular luz era la que me esperaba? Conocía bien el mandato que debía primero pagar por mis yerros, mis imperfecciones o tal vez el poco dignificante embeleso en mi pretérito galanteo con la vida corporal; sin duda una biografía que desprecié. Percibía nociones de que no había sido buena pero claro entendía que al dejar esa humanidad entendía que todo ahí terminaba y que lo peor había quedado oculto, pasado, irredento.

Lamentaba en lo profundo de mi pobre alma el último trayecto de vida y mis nefastas tribulaciones. Y me asaltaron las dudas: ¿por dónde?, ¿hasta cuándo? y ¿con quién? Todo creí recordarlo pero nada me era convincente. Tendría que lograr llegar a vivir con semejante apariencia pero con disímiles respuestas. Solo estaba segura del objetivo: sentenciada a resarcir mis errores. Subliminalmente conocía que, si lograba esta meta, merecería ser absuelta y compensada. ¿De qué, entonces, me preocupaba? Éramos ya una; audaz y decidida.

Al ocurrir nuestro encuentro, desde el fondo de mi ser, expulsé un silencioso pero triunfante grito de alegría al imaginarme viva nuevamente. Sin duda se trataba de una dicha ficticia que me invadía el espíritu por lo desconocido del próximo futuro. Lista me sentía para ofrecerme al profundo gozo de sentirme de vuelta; resurrecta. Mas, debía recordar las condiciones de mi nuevo espacio, como propusiera Freud: conservar la profunda esencia de mi naturaleza humana, es decir, preservar la vida, ser agresiva, amar y alcanzar el placer, evitando el dolor. ¿Qué es el dolor?

La momentánea irradiación fue tan fugaz como el limbo pasajero que creí vivir y la tenue luz que dejé atrás. Vino de pronto la oscuridad y desasosiego y se plantaron ambos frente a mi temporal retiro. La luz al final del túnel no la vislumbraba, celada estaba detrás de la brumosa marea del mar envanecido que me rodeaba. Me acostumbré a vivir entre estrepitosas tormentas y bajas mareas, sin tregua ni paz que se sintiera. Sentía por momentos que me ahogaba en los días tristes y decaídos que marcaron mi existencia. Sentía por días que respiraba dicha y placer cobijada y tranquila con la cara al cielo. "Quiero morir cuando decline el día " pero sabía que esa muerte no acaecería.

Sí, supe que no era feliz y aquilataba su desventura; me resentía a menudo y revoloteaban en mi las consecuencias de su irascible naturaleza. La agonía de los amores perdidos en su bohío le embargaba el alma y nada de mi ser le recompensaba para alegrarla. En vez de arrullos escuchaba tangos; riñas cotidianas duraron semanas y tal vez meses. Fueron momentos trascendentales y me cuestionaba si es que era suerte o destino o maldición o condena haber encontrado este nuevo el camino. ¿Es que todo lo que a mi alrededor sucedía sería presagio de lo que me esperaba?

Estaba convencida de que sus inquietudes no eran más que luchas desesperadas, lágrimas y pesares que se ahogaban en su seno. Esas armas del alma, con ríos de lágrimas y vientos de espinas me ahogaban y laceraban mi sensible humanidad, flagelando el ensueño de mi simple materia que sin tregua se formaba. ¿Y la luz del túnel dónde estaba? Creí verla meses atrás. ¿Sería que no estaba ahí? Sería que todo lo que yo era y lo que yo representaba era simple ilusión y seguiría mi alma penando? ¿Se estaría escribiendo de nuevo el epitafio en mi tumba? "Aquí yace y yace bien". Me aferraba a la vida, pues mi espíritu ya sabía que no habría renuncia, no obstante las tempestades y los arrebatos. Para morir hay mil modos de lograrlo; para nacer uno sólo y había elegido hacerlo bien esta vez y contra viento y marea.

Mi frágil ser no encontraba compasión y sentía que me perdía. Mas de repente vi algo que parecía la luz del pasaje que me salvaría. Todo mi cuerpo se erguía, se empujaba hacia ese pasadizo: había llegado el momento y veía la refulgencia ofrecida. Escuché gritos de dolor cerca de mí, tan cerca que parecían los míos propios. Pero ya había visto la luz y hacia ella corría a alcanzarla de la idéntica manera al momento de mi iniciarse mi nasciturus. El presagio del fracaso no se cumpliría.

Conforme los gritos se agudizaban a mi alrededor y todo mi espacio se contraía en estrepitosos espasmos, mi propio grito interno se convertía en una noción de vida; en una fuerza auto-dirigida que tan profundamente sentía en mi ser; era la luz que llegaría a iluminarme, que me dejaría vivir una vez más. Había nacido.

Eran las 3:30 horas del 3 de marzo de 1943. Nació el Volcán Paricutín en Michoacán y Rosa en la Ciudad de México. Se convirtió en piedra de toque para los que amó pues ella sabría quiénes estaban hechos de oro y plata. "Doña Blanca, está cubierta, de pilares de oro y plata romperemos un pilar para ver a Doña Blanca".

*Estudiante del curso Análisis del texto literario
CEPE-CU, UNAM, México, D.F.