Flores de Nieve, Revista de estudiantes y profesores de español
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Para aprender y enseñar Español

Enseñar a querer el español

Kristina Buynova*



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Enseñar a querer el español

Kristina Buynova*

La enseñanza del español en Rusia tiene su historia. Era la lengua extranjera más hablada en toda la Unión Soviética (y no es que se hablaba muchos idiomas). Empezó con los así llamados “niños españoles”. Habían sido traídos de España en los años de la guerra civil española, eran todos hijos y parientes de los socialistas luchando por la república. Terminada la guerra civil, muchos niños se quedaron atrapados en la URSS por la Segunda guerra mundial. Algunos consiguieron volver a ver a sus padres (de los que habían sobrevivido en la guerra), otros no. Con ellos surgió el interés y desarrolló la enseñanza del español en el país.

Más tarde los asuntos exteriores de la URSS nos llevaron a conocer a los cubanos y algunos otros latinoamericanos. Con la España de Franco mucho menos amistosa tanto nuestras preferencias como la pronunciación empezaron a derivar hacia las Américas.

Hoy el creciente desarrollo del Nuevo Mundo sigue siendo el principal motivo a la hora de elegir el español como lengua extranjera para los aspirantes más pragmáticos. Muchos se dejan llevar por la atractiva imagen de la cultura hispana. Sea como sea su postura ante tales esteriotipos como el flamenco y la siesta en España o mariachi y tequila en México, aportan mucho a la imagen que hace a la gente aprender su idioma. La pasión por el español de los más sentimentales se debe a la obra de ciertos cantantes hispanohablantes.

En los círculos académicos de Rusia el español se considera un idioma muy fácil (con mucha autoridad lo afirman, curiosamente, las personas que no hablan español). Fácil y bonita, entenderán que a los profesores de español no nos falta empleo. A medida que los estudiantes profundizan en sus conocimientos, descubren cosas que cambian su opinión de la lengua, pero casi nunca la dejan de querer.

Cualquier mentalidad obliga al profesor a adaptar la metodología a sus particularidades. No pretendo decir que el ruso sea un caso especial. Sin embargo, las particularidades en nuestra metodología sí que existen, y en adelante se tratará de ellas.

Hoy en día seguimos gozando de lo que  queda del antiguo sistema de la enseñanza soviético. En los idiomas éste se basa en el texto y los ejercicios gramaticales. Las tareas más populares son “lea, traduzca, repita, ponga el verbo en forma correspondiente”, etc. Es por eso que los rusos que saben hablar el idioma, lo hacen muy bien. Es decir,  de una manera muy estructurada, medidas las palabras, usadas las expresiones idiomáticas, todo concordancia y coherencia. Y es por eso que si los rusos no saben hablar el idioma, pues no saben hablarlo. Hasta hoy, con todo el avance que hemos hecho últimamente, se puede sorprender al estudiante sin ganas de abrir la boca, antes de que aprenda todo lo teórico. Las razones de este fenómeno cultural merecen toda una investigación, por ahora no vamos a detenernos aquí.

Hablando del avance, lo atribuimos tanto a los cambios políticos en Rusia de los últimos treinta años, como a la globalización en general. Mi profesora, ya de muy avanzada edad, viajó a España una o dos veces en su vida tras haber enfrentado muchos inconvenientes del carácter burocrático. Yo, con mis pocos años, recorrí España, Argentina, Bolivia, Chile, Cuba y México sin ningún problema. A medida que el mundo se hace cada vez más accesible, conocerlo en persona se hace un requerimiento obligatorio para los profesores de la lengua. Al mismo tiempo enriquece la especialización de la enseñanza y la paleta de los métodos de los profesores.

Lo que ayuda mucho es el internet. Hace diez años yo tuve que poner patas arriba la humilde biblioteca del instituto Cervantes en Moscú para encontrar el tomo de Alejandro Casona o el audiolibro de Don Quijote. No sé si hoy están muy empolvados sus estanterías, pero mis estudiantes, y yo también, nos lo encontramos todo en internet en cuestión de dos minutos.



Foto tomada por la autora

En clase tratamos de combinar el curso de gramática y léxico con el lingáfono y lectura en casa. Tales innovaciones como el juego de rol también tienen lugar, aunque no son muy populares en el ámbito académico. Claro que todo depende de las horas por semestre, donde trabajo yo son 10 por semana o 170 por semestre, que no es poco.

A la hora de elegir la variante del español nos dirigimos al castellano. Algunos opinan que esa elección contradice a la lógica materialista, mencionadas las razones principales de la alta demanda de dicha lengua. Sin embargo el castellano, siempre que se trate de un extranjero, y no nativo, resulta ser el más universal y facilita el entendimiento con los demás hispanoparlantes. Puesto en práctica, todo depende del profesor. Uno cuenta con años de trabajo en Cuba, otro con estudios en España, un tercero con carrera diplomática en México. Somos humanos, no hay manera de no reflejarlo.

Española o mexicana, nuestra previa experiencia que después compartimos con los chicos no es solo la variedad léxica y algunas diferencias gramaticales. Un idioma extranjero siempre es un reto cultural, aunque la diferencia entre dos países no sea un verdadero abismo. De estudiante, nunca se me había ocurrido que pudiera haber en la conducta de los hispanoparlantes algo que yo no comprendiera como una rusa. No hasta que, por primera vez en España, subiera yo en ascensor, distraída, sin mirar a los demás ni pensar saludarlos. Un saludo deslizó de la boca de un hombre a mi lado y se suspendió en el aire, indeciso, porque me volví de espaldas antes de que acabara de ser pronunciado. Sentí cierta tensión en la atmósfera, pero solo me la pude explicar más tarde, al subir a otro ascensor con un amigo español.

Espero que comprendan que en el caso de los rusos no se trata de mala educación. Si supieran lo fatal que nos sentimos, por ejemplo, obligados a preferir el tuteo al usted a la hora de comunicarnos con las personas que acabamos de conocer. Es evidente que la definición de la buena educación es diferente en cada país. Para nosotros es el respeto que rendimos al espacio personal ajeno. En Rusia hay que carecer de escrúpulos para tutear a un mayor y ser un atrevido para distraer a un desconocido en un transporte. También estamos más atentos al resultado que al proceso. Si uno llega con mucho atraso ponerse a explicar todas las peripecias del camino nos suena patético y de poca consideración de nuestro tiempo. Explicárselo a los estudiantes es una tarea difícil, ya que pretendemos romper una tradición de urbanidad muy fuerte en un solo campo que corresponde al idioma extranjero. Dentro del cambio del registro lingüístico imponemos el cambio en la conducta. Considerados los reflejos, no es nada fácil.

Lo demás es más bien cuestión técnica. En el ámbito académico, siempre empezamos el curso básico con fonéticas. Ante todo les pedimos a los chicos fijarse en la articulación de las vocales. Es que en ruso reducimos cualquier “o” átona  a “a”, lo mismo que el “e” átono se convierte en “i”. Es por eso que un ruso les puede pedir que le cantara qué les pasó aunque fuera una historia desagradable. 

Por otro lado, lo que sí nos importa mucho son las consonantes. A nadie se le ocurrirá corregir a su hijo lo de “calor” o “color”, pero el reducir las consonantes es un delito que en algunos casos se castiga con el exilio en el despacho del logopeda. Después de sus sofisticadas torturas, la facilidad con la que los españoles omiten las consonantes en una frase tipo “soy abogado de Madrid” parece una broma.

A otro chiste nos suena unir la pronunciación de b y v. “¿Cómo que es lo mismo en Barcelona y Valencia?” Los más testarudos no me creen. Entonces pongo en juego mi carta favorita, el tipo de faltas de ortografía que hacen los nativos, dándoles la bienbenida al mundo de betacismo.

Tras una leve perplejidad causada por este fenómeno, los pobres principiantes caen en las redes del ceceo. Aquí el grupo se divide en los que se les pega el ceceo y aquellos que temen escupir y se agarran al seseo. Los dos bandos lloran y ríen de desesperación cuando le toca a “Los sucesos se suceden sin cesar”. Disimuladamente, yo lloro también, que las amistades en Latinoamérica no me sirven para los trabalenguas españoles.

Otro desafío para la articulación rusa es el sonido “ll”. A veces no es fácil explicar que no es doble ele, que en ruso se lee de la misma manera que “ele” a secas. Algunos estudiantes tardan un rato en dejar de prometer lamerme por teléfono en vez de usarlo como se debe. Cuando también se resignen a llegar en vez de dejar su testamento y comer pollo y no el punto de intersección de la esfera terrestre, menciono que este fonema, pronunciado de la manera decente, es una de las claves para identificar la nacionalidad del hispanoparlante. Aquí no se trata de contárselos todo sobre el sonido, sino sembrar la curiosidad científica hacia la lengua en general.

Pasando por el paladar, el reto de las fonéticas españolas se acerca al velo con su fuerte “j”. Ante el desconcierto de los estudiantes les pido que se acuerden de la sensación al arrojar un gargajo. Las chicas se ponen coloradas, los varones se echan a reír, y todos se sienten muy a gusto en la clase. En un instante se mueren de risa esforzándose por emitir sonidos guturales sin escupir flema. La intensidad de los intentos ya se les recompensará cuando se enteren de que la hache es muda.

Pasado el primer susto de b y v, olvidados los problemas de s y c, superada la crisis de ll y l, escupido lo escupible con la jota, lo que verdaderamente les cuesta a los rusos es ti y di. Es que en ruso son fonemas muy suaves. Imitando el sonido de reloj el tic nos sale alveolar y el tac dental. A los menos flexibles les cuesta mucho esfuerzo pasar la lengua por los dientes y muchas veces tienden a rendirse a su naturaleza.

Ningún problema con la erre, sin embargo. Tampoco inventamos sonidos nasales donde no deberían estar ni aspiramos demasiado. Escuchando las grabaciones, todos coinciden en que el español mexicano es el más comprensible para el oído ruso. Al enterarse de que al otro lado del Atlántico tampoco se usa la forma de vosotros, se alegran aún más.

Hablando de gramática, aquí empezamos con los artículos. Menos mal que nuestros estudiantes suelen dominar una o dos lenguas europeas y no nos vemos obligados a explicarles una norma que en ruso no existe. Efectivamente, llevamos muy bien sin artículos. Para entender si es un chico o el chico nos falta imaginar todo el contexto de la situación. ¿Por qué se dice “hablo español” pero “hablo bien el español? ¿Cuál es la diferencia entre “ser camarero”, “ser un camarero” y “ser el camarero”? ¿Por qué después del verbo “hay” no se pone el artículo determinado?

Por cierto, “hay” sirve de introducción a la ubicación. Los estudiantes tardan un par de clases en reflexionar sobre su diferencia con el verbo “estar”. Es que en ruso “ser”, “estar”, “haber” y, en ciertas ocasiones, hasta “tener” es el mismo verbo, que para colmo apenas usamos. No más lo suponemos al hablar, dejando muchas oraciones sin el predicado. Por eso nos suena igual lo de libros: “En la estantería [hay] libros” o Los libros [están] en la estantería”. Del mismo punto deriva el problema de distinguir “ser” y “estar”. Si Lola es bonita siempre, pero está guapa hoy, ¿por qué Madrid está en España si mañana no le va a pasar nada? El rompecabezas vuelve aún más sofisticado cuando haya que elegir entre “es roto” y “está roto”. La explicación parece elemental, pero la mente humana tiende a agarrarse a lo suyo y emplea tiempo en dejarse llevar.

La cosa más bien cultural que gramática es el género de pronombres. “Ella” está bien, pero de dónde habrá surgido lo de “ellas” si de todos modos se puede recurrir a “ellos”, y para qué les hace falta “nosotras” y “vosotras”, se preguntan mis estudiantes. Aparte del género, se tropiezan con las formas de Usted, Ustedes y vosotros, que nos suenan igual en ruso. Resignados con los dos fenómenos, tardan mucho más en abstenerse de usar los pronombres cuando no se trate de las construcciones enfáticas. Si escuchan a un ruso decir “yo voy a la universidad” o “yo sé que él está aquí” no se apresuren en juzgarlo por creído.

Otra cosa que les podría sorprender en la manera rusa de hablar el español, es la obsesión de usar el Pretérito Imperfecto cuando nos parezca oportuno. Después de compartir la misma cena, al día siguiente el nativo diría “ayer comí pollo”, y el ruso preferiría contar que “lo comía”, como si el proceso de chupar sus huesitos le hubiera absorbido tanto como para hacerlo todo el día.

Cualquier ruso opinaría que al español le sobran tiempos gramaticales de la misma manera que un hispano encontraría que 7 casos en ruso es algo demasiado. Conformándonos con uno de presente, dos de pasado y dos de futuro, nos amoldamos a la diversidad latina del castellano. Más cuando le toque a la concordancia de los tiempos, el sistema de nuestra lengua materna le gana al intruso. En ruso no vemos ningún problema en una frase tipo: “Ayer voy a la uni cuando de pronto un camión me cortará el camino”. Lo hacemos para presentar lo dicho con mayor realidad. Por eso “Javier dijo que vendrá a vernos mañana” nos suena regular. Obligados a cumplir las reglas de concordancia, los estudiantes se estrujan el cerebro. Oración principal, oración subordinada, simultaneidad, posterioridad, anterioridad… Estoy segura de que a un nativo promedio ni le suena.

Tampoco tendrían Ustedes dudas con el uso de Subjuntivo, si es que se dan cuenta al emplearlo. Pues para los rusos es terra incognita, y nos vemos obligados a dar unas vueltas para poder explorar y conquistarla. La carabela sale del puerto de Imperativo. El concepto mismo no les causa ninguna molestia a los estudiantes, pero la manera de formar el modo sí. Sustituir las vocales en la terminación del verbo les parece una perversidad. Al conjugar me miran con los ojos desorbitados y por alguna curiosa razón todos se aferran al pupitre. Aquí me pongo a cantar y hacerlos cantar a ellos. La música pop hispana es el mejor método para acostumbrarse al Imperativo. Ámame, bésame, no me dejes, no te vayas, baila morena. Tarde o temprano aflojan y dejan el pupitre en paz.

Entonces zarpamos al Subjuntivo. La forma ya les es familiar, pero el uso les da un poco de mareo. Las oraciones subordinadas de complemento y de sujeto se superan con cierta desconfianza. El empleo del modo en las circunstanciales les pone ya un poco tensos. En la clase dedicada a las oraciones concesivas percibo un leve crujido que atribuyo al procesamiento por sus cerebros. Donde por fin se quiebra su estoicismo, si es que todavía lo hay, es en el empleo del subjuntivo en las oraciones subordinadas de relativo. El pánico desborda, se lanzan al mar de paranoia y disparan con subjuntivo a diestro y siniestro. Para minimizar los riesgos vuelvo a divertirlos con canciones (que mis ojos se despierten con la luz de tu mirada, no sea que aún te encuentre cerca, llévame donde estés, etc.), los hago leer más en español, ver las pelis y hablar, hablar de lo que sea. A fin de cuentas, hablar bien el idioma no significa conocer todas las reglas sino regirse por la intuición, con ésta basada en la práctica. “Me suena o no me suena”, con lo desconcertante que es esta frase dicha por su profesor de la lengua extranjera, resulta muy convincente para el que ya domina el idioma. 

Después de este desafío nada en la gramática española suele estorbar a los estudiantes. Sembrada la base gramatical, los retamos con la traducción al ruso. No voy a entrar en detalles, ya que tiene más que ver con el ruso, pero sí quiero acentuar que a partir de este momento el foco de interés del profesor se traslada al léxico.

El ruso y el español pertenecen a la misma familia de las lenguas indoeuropeas, así que no mudamos de paradigma profundizando en el léxico de un “hermano”. Gato es un gato, libertad es libertad, el cosmos es el cosmos. Claro que existen cosas que faltan en otra lengua por razones culturales. Los rusos se emocionan mucho al saber que en español no existe una palabra para los granitos de nieve, aquellos cristales de hielo hexagonales. Los “copos” no vale, los copos son muchos granitos que se pegaron, eso se lo va a explicar un niño de cinco años. De la misma manera nos asombra que la obra de A. Chéjov se pone en cualquier escena hispana con el título “El jardín de los cerezos”. ¡Que el cerezo es otro árbol, no se trata de prunus avium sino de otro, el prunus cerasus! La famosa kasha rusa se hace del “trigo sarraceno”, pero no es ningún trigo, ni siquiera es de la misma familia de plantas. Me imagino que de la misma manera se sobresaltan los mexicanos cuando se trate de maíz. Para nosotros solo hay un tipo, el que si tuviéramos que describir solo se nos ocurriría afirmar que es, pues, amarillo, ¿no?

Aparte de lo obvio, hay peculiaridades causadas por la cultura, y aquí empieza lo más interesante. Nos gustan mucho los conceptos de la siesta o la sobremesa, pero al ruso ni se traducen. Un ejemplo de otra esfera, en la paleta de colores española nos falta la gradación del azul y del rojo. Tenemos una palabra para el azul oscuro y otra para el claro, lo mismo pasa con el rojo. Para nuestro ojo no son matices sino colores, y tan distintos uno de otro como el verde del color naranja. El rojo y el azul marino son muy fuertes, junto al blanco son colores de nuestra bandera, mientras el rosado y el celeste se asocian con la ropa de bebés y vestiditos de chicas inocentes. Por otro lado, no les recomiendo a los estudiantes manifestar su sensibilidad cromática hablando en español para no sonar demasiado finos, a menos que sea verdaderamente importante.

Otra curiosidad suscitan los nombres españoles católicos. Los nuestros en su mayoría provienen de palabras griegas, latinas, escandinavas o judías, y suelen referirse a las virtudes como fuerza, valor, inocencia, sabiduría etc. Los nombres como Soledad, Dolores, Concepción, Amparo, Socorro nos desconcentran, y el de Jesús causa una verdadera conmoción. Recuerdo mi viaje a México, cuando un día iba a quedarme en casa de una amiga. Le llamé por teléfono para saber la dirección, y ella me dijo: “Todavía estoy trabajando, pero le paso tu teléfono a Jesús, que te va a buscar”. De nada me sirvió aquel momento saber que era un nombre masculino regular y que además se llamaba Chucho su hijo, pues mi primer pensamiento era “Jesús viene pronto por ti, ¡prepárate!”

Otro fenómeno que les suele quedar boquiabiertos a los principiantes es el sistema de coordenadas al que nos introducen los adverbios aquí, ahí y allí, y ni hablar de acá y allá. Es que nosotros nos conformamos con aquí y allí. Pensar que puede haber algo en el medio provoca susto ancestral a un estudiante ruso. No me sorprendería mucho si supiera que así se sentía la humanidad al suponer por primera vez que la Tierra no es plana.

Un reto más se encuentra donde ni lo sospechamos. Profundizando en el idioma, los estudiantes se dan cuenta de que se termina la clase, pero la lluvia no, porque ésta solo puede cesar. El verbo ruso es más abstracto, muchas veces para acentuar los matices no más recurrimos a los prefijos. Nos da igual si es traer o llevar, venir o llegar. Para los hispanoparlantes, ¡qué obsesión!, es crucial relacionarse con el espacio que los rodea. Y al revés, a nosotros lo que nos importa un montón es cómo nos movemos. Para un simple “voy” tenemos todo un surtido de modos de hacerlo: voy a pie, voy en transporte, nado, vuelo, pero nada que una todos en un solo verbo. Es decir, al ruso le da lo mismo si llegaste o viniste, ¡dile cómo te trasladaste, hombre! Pero cuando en Roma haz como los romanos, por eso aprendemos a ponernos en el kilómetro cero, medir lo de aquí, ahí y allí, llevar los libros de la biblioteca y traerlos a casa.

Hay cosas que los profes no se las podemos decir a los principiantes, o más bien se las revelamos a su debido tiempo. Por ejemplo que pocos nativos ponen los acentos gráficos al escribir, que en realidad sí existen formas como “gusto de…”, “querés”, “¿qué horas son?” en vez de “me gusta, “quieres”, “¿qué hora es?”. Que hay regiones donde la erre se pronuncia a la manera gringa. Que sí se puede entrar a, y no solo entrar en, y que aunque lo ignora la Real Academia Española así lo hacen todos los grandes escritores de Latinoamérica y sus humildes lectores. Que cruzando el océano el bus se toma o se agarra, y no se coge. Que se usan cada vez más los anglicismos. Que los foros de jerga no sirven para aprender a escupir maldiciones con la soltura y vocación de un hispanoparlante. Que los nativos también hacen faltas, votando basura aunque haiga que resiclarla. Que por esta razón y algunas más muchos nativos nunca aprobarían el DELE C1 o el DELE C2, el nivel superior de los exámenes en español como lengua extranjera.

Aprenderán todo esto y muchas cosas más sin nuestra ayuda, viajando, platicando, metiendo la pata y cometiendo errores. Nuestra tarea es hacerlos aspirar a aquello.

*Profesora del departamento de español de la universidad MGIMO, Moscú.

Flores de Nieve, Revista de estudiantes y profesores de español

Año 16, Núm. 33
Enero de 2015
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