Crónicas, cuentos y anécdotas |
Bautismo de sangreMarc Chénier* |
-¡Maricón! -¡Mariposa hijueputa! -¡Puto sucio! Con cada palabrota que me lanzan, un golpe atroz se estrella en mi cara. Me arrojan como una pelota, de un lado al otro, en un triángulo de tortura interminable. No puedo hacer nada para que el sufrimiento se acabe. Mi cara se siente como si estuviera encendida en fuego y cada golpe es una nueva llama de dolor. Mis torturadores continúan, mostrándome cómo ellos sí son hombres de verdad. Un puto como yo no tiene derecho de ensuciar su ciudad. Si yo y mis hijueputas hermanas tenemos la audacia de caminar libremente en las calles, ellos van a enseñarnos cuál es nuestro verdadero papel en el mundo. Y los golpes siguen. Quiero morir. Me atraparon saliendo del TákTik-O, un bar gay en el centro de la ciudad. Yo había tomado algunas cervezas y me sentía bien. Había pasado un buen rato con nuevos amigos que había conocido en los últimos meses. Hacía muy poco tiempo que había aceptado que soy homosexual y por fin me sentía más feliz y seguro conmigo mismo. Yo sentía un aire de libertad que nunca antes había sentido en mis diecinueve años de vida. Se me habían acercado preguntándome si yo tenía un encendedor. Desde el momento en que los vi tuve miedo. Me di cuenta, sin dudarlo, que no había debido salir del bar solo. Tan pronto como estuvieron enfrente de mí, el líder de la triada me empujó contra el muro. Sentí mis omóplatos estrellarse contra los ladrillos de la pared, un primer indicio del dolor que me esperaba. Traté de gritar para que me ayudaran, pero me faltó la voz. En vez de un grito, un sonido amortiguado salió de mi garganta, un sonido que apenas yo mismo podía oír. – ¡Vamos a matarte, mierda! – ¡Para que todos los pervertidos sepan que no les permitiremos adueñarse de nuestras calles! – ¡Hijueputa de mierda! El martirio continúa por largo tiempo. Mi corazón bate fuertemente y después de una eternidad, siento mis rodillas derretirse como si estuvieran hechas de mantequilla. Oigo al líder decir: “¡Vámonos, güeyes! ¡El maricón se está muriendo! ¡Órale! ¡Antes de que la chota llegue!” Me dejan despatarrado en el suelo. No sé cómo lo hago, pero me levanto y logro caminar las tres cuadras hasta mi apartamento. En el camino la gente me mira. Pero todos tienen miedo y nadie me ofrece ayuda. En mi apartamento me pongo a temblar. En un esfuerzo sobrehumano me dirijo hacia el baño. Agarrando la barra de la cortina de la ducha, me izo sobre el lado de la tina del baño para mirarme en el espejo. Tengo la cara púrpura, hinchada y ensangrentada. Mi camisa está empapada de sangre. Todavía agarrando la barra de la cortina, me veo como si fuera una nueva bandera, una bandera de honor al terror. No hay ninguna inocencia o sentimiento de libertad. Nada queda. Y los llantos empiezan y yo sollozo sin poder parar. *Estudiante canadiense del curso Trabajo de palabras UNAM Canadá |
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