Flores de Nieve, Revista de estudiantes y profesores de español
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Reflexiones

El mal juicio hacia los demás

Angora Damoua Guillaume*


Foto: http://www.blurb.com/b/3143018-false-judgment

La idea de este tema nació de lo ocurrido a uno de mis ídolos preferidos que tuvo que enfrentarse a todo tipo de juicios negativos tras algunas acusaciones, las cuales luego resultaron ser falsas con la confesión tardía -después de su muerte- de su principal acusador.

Para mí, todo esto contribuyó en gran medida a llevarle a la situación de gran depresión que produjo su posterior muerte, me refiero al gran Michael Jackson. Ésta es pues mi manera de rendirle homenaje. Sin embargo, más allá de este personaje famoso, tratar este tema es tener un pensamiento amigable para todos aquellos que, por una razón u otra, son víctimas de los prejuicios y los padecen en cuerpo y alma. Creo que no hace falta proceder previamente a un estudio estadístico para saber que son numerosos estos casos en este mundo ya que es un fenómeno social universal, casi se podría decir natural al cual, por desgracia, poca gente escapa. Si bien es cierto que algunas personas, por su modo de ser o de vivir, están más sujetas a ello que otras.

Por otra parte, hablar de juicio es referirse a un derecho fundamental del ser humano que deriva de la libertad de pensamiento y de expresión. A su vez, esta indiscutible libertad del que juzga se enfrenta en el caso preciso que nos interesa a otro derecho: el derecho al respeto y a la dignidad humana de la persona juzgada. De modo que es necesario analizar el conflicto que el mal juicio provoca sobre estos dos derechos importantes del hombre y, de esta manera, evitarlo. Me parece imposible intentar hacer un examen crítico sobre el mal juicio sin buscar sus causas. La primera, en mi opinión, es un sentimiento asumido o no de superioridad o una presunción de ser mejor desde el punto de vista moral. Todos los psicólogos coinciden en decir que las personas más críticas de todas se encuentran en esta categoría, para quienes juzgar mal es un modo muy cómodo de alimentar aquel sentimiento.

También puede mencionarse el sentimiento de creerse más inteligente y de pensar que uno sabe todo sin necesidad de comprobación previa. Otro motivo puede ser la voluntad, consciente o no, de esconder o huir de sus propios defectos o de consolarse de ellos insistiendo y dramatizando los mismos en otras personas. Sin embargo, muchas veces, dedicarse a difundir prejuicios, puede revelar un profundo problema de educación ya que el comportamiento humano es, en la mayoría de los casos, el producto del ambiente en que uno crece; así como de los valores recibidos.

La inmadurez que hace que uno no piense suficientemente antes de hablar o actuar y la intolerancia que se opone a la razón, al impedir la reflexión o deformándola, son otras causas a destacar.

Una última razón puede ser el aburrimiento. En este caso, juzgar al prójimo se convierte en una ocupación como cualquier otra o un pasatiempo. Como lo dice el dicho: “ la ociosidad es madre de todos los vicios “.

El mal juicio, por cierto, tiene múltiples causas. Igualmente, tiene muchas consecuencias sobre las víctimas desde luego, pero también sobre los propios actores. En cuanto a las víctimas, cabe subrayar su sufrimiento moral y psicológico al oír cosas que, o son erróneas o son poco tolerantes y amables circulando sobre su vida sin posibilidad de defenderse o pararlas. Este sufrimiento, mezclado a un sentimiento de ser condenado injustamente, puede llegar a provocar un fuerte estrés, una profunda depresión los cuales acarrean enfermedades tanto mentales como físicas. Esta situación, puede conducir a personas muy vulnerables a cometer lo irreparable como es el suicidio. Las víctimas de los malos juicios pueden además vivir situaciones de pérdida de confianza y de autoestima sobre todo cuando estos juicios desembocan en una diabolización y atrae sobre ellas un desprecio por parte de su entorno, de tal modo que llegan a no poder apreciar con serenidad y lucidez la realidad y a culpabilizarse incluso de existir. La soledad es otra consecuencia y esto ocurre frente a una incomprensión y un rechazo generalizado.

Aunque no se menciona mucho, juzgar a los demás también tiene efectos negativos sobre el que se dedica a hacer esto. De hecho, al cultivar esta tendencia a pensar y decir cosas sin buscar previamente saber y entenderlas bien, se condena poco a poco a vivir en la superficialidad y la ignorancia. Vive así en una permanente equivocación sin ofrecerse la suerte de aproximarse a la realidad y de desarrollarse intelectualmente aprendiendo a ampliar sus perspectivas; así como su percepción de la existencia. En este último caso, existe el riesgo de encontrarse en una especie de esquizofrenia en que la visión, de sí mismo y de los demás, se llena de confusión.

También esta propensión a juzgarlo todo puede causar sufrimiento psicológico para su actor cuando se convierte en una obsesión capaz incluso de hacerle perder el sueño y, por lo tanto, perder la paz interior y la felicidad.

El hecho de juzgar mal sistemáticamente puede, por otra parte, robar su humanidad progresivamente a quien lo hace, en el sentido de que irá convirtiéndose gradualmente en una persona intolerante, poco comprensiva y poco abierta de mente y corazón. En fin, se convertirá en una persona que se aleja de la virtud de la bondad, tan esencial y exclusiva a los seres humanos.

De todo lo anterior, es obvio que los malos juicios no pueden ser considerados como algo positivo ni para el hombre ni para la sociedad y que, por lo tanto, deben ser combatidos. Por consiguiente, a continuación se exponen unas propuestas para ayudar a luchar contra este fenómeno social. La primera propuesta es una invitación a cada ser humano a cultivar las virtudes de la modestia y la humildad. Esto le permitirá tener un ego mesurado y le impedirá verse superior o mejor, más inteligente o más virtuoso que otros. Dicho de otra manera, la humildad permite ser honesto consigo mismo y tomar conciencia de lo que es uno en realidad : un ser limitado y mortal. La conciencia de ser mortal y de tener el mismo fin, en cuanto hombres, ya seamos buenos o malos, virtuosos o perversos cambia la percepción de sí mismo y de los demás. También es provechoso, para cada uno, tener una actitud de caridad y de amor al prójimo. De hecho, si uno ama su calidad de ser humano no debería ser muy difícil para él amar a cualquier otro que compartiera la misma condición. Además, esto implica una postura de solidaridad ante todas las situaciones, sin excepción alguna, vividas por el hombre o por lo menos un esfuerzo para informarse y entender. Así es como llegamos a conocer realmente la vida, a comprender la mejor y a crecer personalmente enriqueciéndonos de su variedad y complejidad.

De todos modos, cada persona debe entender que la libertad de pensamiento y de expresión que supone el derecho de juzgar no debe ejercerse al perjuicio del derecho a la dignidad y al respeto inherente a todo ser humano. Siendo la libertad tan fundamental como el respeto, me parece que cada persona debe cuidar que, por ningún motivo, uno de los dos llegue a vulnerar al otro.

Para concluir, me permitiría parafrasear al famoso filósofo inglés, John Stuart Mill, diciendo que la libertad de uno debe terminar donde empieza el derecho del otro. Pero más allá de eso, quiero invitar a cada conciencia humana a meditar y siempre poner en la balanza qué se gana con expresarse y juzgar a toda costa y qué se pierde al negarse a ejercer esta libertad.

*Estudiante marfileño de Español Intermedio 3

CEPE Taxco, México

Flores de Nieve, Revista de estudiantes y profesores de español

Año 16, Núm. 33
Enero de 2015
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