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¡Taxco a través de ojos canadienses!por Bart Hall* | |
Es un hecho, los
canadienses saben poco de México. Y eso que critican a su poderoso vecino al
sur porque en EEUU piensan que los osos polares andan en las calles de nuestras
ciudades. Lamentablemente somos culpables de la misma ignorancia geográfica.
Para una gran parte de la población canadiense, la imagen de México consiste en
hombres morenos que llevan sombreros de alas anchas, disfrutan del tequila y la
comida picante en una playa soleada que puede llamarse Acapulco, Cancún o
Puerto Vallarta. Saben de la guerra contra el narcotráfico y de mujeres
desaparecidas en Ciudad Juárez. Tan fuera de su mundo de conocimiento, que
mencionar un lugar como Oaxaca provoca preguntas como "¿Todavía traen agua
a sus casas desde los ríos?" o "¿Ya tienen electricidad en sus casas?" Casi
todo el mundo ha escuchado de Veracruz, pero ninguno podría ubicarlo en el
mapa. Y Taxco, mucho menos. Sin embargo, los pocos valientes canadienses que
llegan allí, no quedan decepcionados. ¿Cuál es esta
magia que van a experimentar los canadienses en Taxco? ¡Vamos a ver! En el
camión a Taxco están llenos de esperanzas y están sorprendidos al pasar por
tanto pueblo, poblaciones grandes a ambos lados con nombres incomprensibles. En
cada pueblo piensan que éste debe ser Taxco. No obstante, se deleitan al ver,
al fin, las casas blancas con techos rojos, bañadas por el sol de la tarde,
extendiéndose sobre las colinas como si fuera un juego de "lego". Llegando a la
Terminal, por las ventanillas del camión, su primera preocupación —la falta de
seguridad— queda confirmada. Por donde vean hay uniformados llevando armas de
asalto vigilando las calles y las puertas. En vez de darles confianza, piensan
que sin duda su presencia confirma la inseguridad que tanto temen. Se bajan en
la Terminal, si es sábado (el día del tianguis) con mayor efecto, se lanzan
entre la muchedumbre de los alrededores. Con duda y consternación ven los taxis. Son VW sedanes que han
estado fuera de fabricación en Canadá desde hace 30 años y que ya les falta el
asiento de pasajero delantero. Pero como no hay otros, los abordan y piden al
chofer que los lleve al hotel. De repente su miedo aumenta a ver la cara
inquisidora del chofer que tampoco puede hablar inglés ni entenderlo. Saliendo
de la Terminal y entrando en el tránsito congestionado, los canadienses
empiezan a pensar en lo que
habían
leído en los informes gubernamentales que les advirtieron sobre los frecuentes
robos en los taxis en México. Su miedo sube más cuando de repente el taxi
frena, dobla en una esquina y empieza a subir a toda velocidad por una calle
muy estrecha y sinuosa. ¡Esto no puede ser otra cosa sino un robo! Pero el
suspenso termina pronto con la voz del chofer anunciando, con palabras
desconocidas pero entendibles, la llegada al hotel. Momentos después, con una
bienvenida dirigida a ellos en inglés por la encargada de la recepción, se
tranquilizan y sin demora se encuentran en su habitación. Lo primero que hacen
es buscar si hay polvo en los rincones y verificar que no hay cucarachas en el
baño. Al no descubrir nada, se quedan contentos, sonríen y se preparan para
salir. La primera
cosa que notan es que no hay banquetas para protegerles de los carros y que
todo el mundo se mezcla junto con los carros en una lenta procesión de respeto
mutuo que fluye sin tregua. Y después de un rato llegan a conocer que tampoco
existen semáforos ni señales de tránsito para regular el flujo. Luego, como su
confianza está aumentando, escogen un restaurante, toman asiento en un balcón y
piden su primera cerveza. Sonriendo otra vez, se sienten satisfechos ellos
mismos de haber descubierto un lugar tan distinto y encantador. Leen el menú
del día y no entienden nada, y en vez de seleccionar entre las sopas y los
platos fuertes señalan con su dedo la palabra "espaguetis", que es la única
palabra que pueden adivinar. La situación es incómoda no sólo para los
turistas, sino también para el mesero que en vano intenta entender la estupidez
de pedir sopa pero omitir el plato fuerte. Así empieza la
primera visita de muchos canadienses y los más valientes, que se instalan en un
departamento para gozar de una estancia más larga, llegan a conocer otras diferencias
en la vida cotidiana: Que no pueden deshacerse de la basura hasta que pasa el
camión por la calle y para esto necesitan reconocer el timbre que toca el
chofer y después de entregarla, pagar tres pesos por cada bolsa; que en la
mañana más inconveniente van a levantarse y descubrir que no hay agua caliente
en la ducha y no tienen la menor idea de cómo efectuar el cambio del tanque de
gas; que el que vende agua de garrafón no está en la calle cuando se les acaba
el suyo; que los tianguis, que piensan que forman parte permanente del paisaje
urbano son armados y desarmados con mucha fuerza y cuidado todos los días; que
se toca música en vivo, de banda, trova o mariachi en las procesiones funerales
y llevan el ataúd al panteón por la calle mientras las carros hacen cola detrás
de ellos; que los tanques negros que ven sobre los techos de todos las casas
sirven para abastecer de agua, porque el agua de la tubería no está
garantizada; que mucha gente sólo prende el boiler
por la mañana para bañarse y luego luego lo apaga
para conservar el gas; que los niños y los adultos tienen un sexto sentido para
no quemarse con el comal de la fritanguera ambulante o para no tropezar en los
huecos de la calle. ¡Así ven los
canadienses a Taxco, distinto, casi exótico! Y después, cuando regresan a sus
casas, las dificultades con las que se enfrentaron durante su viaje se
convierten en cuentos de aventura, ampliamente exagerados, contados a sus
amigos, quienes siguen con la creencia de que México es un país salvaje y
peligroso pero sí, con una especie de magia. * Estudiante
canadiense de Español Superior CEPE-Taxco, UNAM, México, D.F.
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