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Tregua de soledad

Guy Chenier

La vida de Rodrigo Montes empezó a cambiar hace dos meses. Antes, nadie habría sospechado que alguien vivía en el piso arriba del suyo. Era una mujer tan tranquila y apagada. Rodrigo la veía raramente, y nunca hablaba con ella, salvo un ocasional " Buen día" . Cierta ventaja para quien buscaba paz y tranquilidad. Una situación perfecta para un hombre amargado y retirado, con el corazón desgarrado por una herida abierta que nunca se curaría.

Hacía tres meses, después de tres o cuatro días sin dar ninguna señal de vida, forzaron la puerta de la mujer de arriba y la descubrieron, desnuda sobre el mosaico de la sala de baño.

El piso no se quedó vacante mucho tiempo y fue alquilado rápidamente. Rodrigo temía este cambio, como temía cualquier cambio en su vida. Hasta ahora, todo habia sido casi perfecto en su mundo aislado y solitario. Después de su trabajo de profesor de historia se retiraba con sus recuerdos y la amargura de su vida vacía.

No estaba en casa cuando los nuevos inquilinos llegaron al piso de arriba. Al regresar, observó que algo había cambiado.

Las ventanas del segundo piso tenían nuevas cortinas, muy coloridas. Un viejo coche, sucio y estropeado, ocupaba un lugar en el estacionamiento. Y la música! Se podía oír desde el otro lado de la calle. En el vestíbulo, una bicicleta y las huellas evidentes de niños. Niños ruidosos, alborotadores, sin duda descarados y ladrones.

Durante dos meses Rodrigo había aguantado el ruido y el movimiento en silencio. Al regresar de la escuela, ni un momento de paz, siempre el televisor gritando su publicidad endemoniada, o la lavadora, que nunca paraba, o los niños, gritando, peleándose o bajando la escalera con tanto ruido que uno tenía la impresión de que era una avalancha.

Y casi continuamente, un extraño ruido, como algo rodando sobre el piso de arriba. Y la noche no ofrecía tampoco alivio. A partir de las siete de la tarde, se podía sentir un vaivén irregular en la escalera, la llegada y el arranque de coches en el estacionamiento... hombres, visitantes...

Rodrigo nunca había visto a la mujer de arriba, pero podía oírla a menudo, hablando con sus niños o cantando con la radio o el televisor. Tampoco sabía si tenía esposo o novio... Los hombres que había visto no parecían quedarse o vivir con ella.

Pero hoy, Rodrigo había llegado al límite de su paciencia.Basta de tolerancia! Ya había llegado el momento de parar esta locura.

Iría arriba y le diría a la mujer que algo necesitaba cambiar. Si ella no quería entender, hablaría con el propietario. Las cosas cambiarían, y pronto.

Subió la escalera y tocó la puerta enérgicamente, como un hombre bien decidido, viril y confiado.

Una niña abrió la puerta.

Tenía unos ocho o nueve años, de pelo negro, grandes ojos perplejos, vestida de pantalones verdes y una blusa blanca, delgada y descalza.

--Señor?-- preguntó ella.

Rodrigo podía sentir su confianza anterior disminuir, ya que no estaría bien visto expresar su cólera ante una chica inocente.

-- Sí ! Me llamo Rodrigo Montes y vivo en el apartamento de abajo.

-- Oh! lo sé, señor. Mi hermano y yo te hemos visto a menudo, pero no sabíamos tu nombre. No sales a menudo de tu departamento, verdad?

"Qué impertinencia, tutearme así" pensó Rodrigo.

--Qué quieres?-- continuó la niña sin ningun apuro.

--Es que....en realidad yo quería hablar con tu mamá. Está ella aquí ahora ?

--Si! Está siempre aquí. no sabes? Pero pienso que no está preparada para ti. Te adelantaste? A qué hora es tu cita?

--Cita! Cómo? No, no tengo una cita. Se necesita una cita para ver a tu mamá?

"Ah claro que sí! señor... cuál es tu nombre otra vez?... Quizas eres un nuevo cliente de mama y no conoces el procedimiento?

Rodrigo estaba bastante sorprendido y no podía quitarse la sensación de que había algo un poco curioso o... Podía ser que pasaban cosas malas....sucias en esta casa? Por un segundo se imaginó que quizas, era posible que vivía debajo de una mujer de malas costumbres.

--Señor!-- interrumpió la niña--. Pasa, mi mamá estará lista pronto y tú podrás arreglar todo con ella directamente. Siéntate un rato por favor. Quieres algo de beber? No tenemos cerveza, solamente Coca Cola.

--Gracias, niña, pero no, no tengo sed. Díme cómo te llamas?

--Yo, María y mi hermano Humberto, pero ahora está ocupado haciendo sus tareas. Yo voy decirle a mi mamá que ya llegaste

--Espera! dijo Rodrigo, pero ya la chica había desaparecido en el pasillo.

El apartamento era casi idéntico al suyo. No era lujoso, pero sí limpio, y con muebles escasos y disparatados. Las flores sobre la mesita del rincón estaban frescas y parecían como una isla de color dentro de una pieza un poco triste.

-- Señor? preguntó la voz de la mujer.

Rodrigo no la había visto llegar. Se puso de pie nerviosamente y se volvió hacia ella.

Estaba sentada en la entrada del salón.

-- Ah, sí... Buenas noches, señora! Yo soy Rodrigo Montes y vivo en el departamento de abajo. Ya que usted vive aquí hace dos meses y no nos conocemos...

La mujer se acercó poco a poco. El ruido extraño que había oído tan frecuentemente.... Ella estaba sentada en una silla de ruedas. Una silla de ruedas vieja y ruidosa.

La seguridad de Rodrigo, su ira, su determinación, se fundieron. De repente

se le secó la garganta. Hacía calor.

Frente a él había una mujer pequeñita de unos treinta y cinco años. Su pelo negro estaba recogido y atado detrás, con una flor blanca. Un rostro simpático, con una sonrisa tímida y ojos brillantes. Estaba vestida con una falda negra y una blusa blanca de modelo clásico y elegante. Y sentada en la silla de ruedas.

"Está muy bella, muy elegante" pensó Rodrigo, impresionado, casi desconcertado. De súbito, se sintió curiosamente atraído por esta mujer tranquila, y, evidentemente herida también.

Se sorprendió de su reacción. Desde la difícil y desgarradora separación de su esposa y su hijo, nunca había pensado que podría permitirse sentir atracción alguna por una mujer.

--Mi hija pensaba que usted era estudiante mío. Discúlpela por favor.

Me llamo Ana y me encanta finalmente conocer a mi vecino. Espero que no le molestemos demasiado. Usted sabe, los niños pueden ser muy activos y un poco ruidosos, a veces.

Hablaba con facilidad, pero parecía un poco tímida, quizás temerosa por la idea de que posiblemente el señor de abajo no estaba tan feliz de su llegada.

--Tiene usted estudiantes?-- preguntó Rodrigo.

--Sí, era profesora de matemáticas. Ahora sigo dando cursos privados. Sabe? para las personas que regresan a la escuela a obtener su diploma, o que toman cursos de perfeccionamiento. Tengo que ganar mi vida de alguna manera. Y usted, qué hace?

--Actualmente, soy profesor también. Enseño historia en la escuela secundaria. Así que tenemos algo en común. A decir verdad, me preguntaba el porqué de los hombres que la visitaban en la tarde. Ahora comprendo.

--Ah sí-- respondió ella, sonriendo tímidamente. --Uno puede llevarse una mala impresión, pero esté seguro de que no pasa nada malo aquí. Tengo que ganarme la vida y cuidar a mis hijos. Es lo único que puedo hacer. Tengo limitaciones.

--Sí, lo siento mucho. Yo no sabía que usted tenía este problema.Y cómo hace para bajar las escaleras. También noté que había un coche en el estacionamiento. Pero...

-- No soy totalmente incapaz de moverme, y mis hijos me ayudan para bajar a la calle. También puedo conducir mi coche. Tiene los mandos a la mano. Aunque no me gusta salir mucho, por todos los problemas que tengo que afrontar. Pero! Basta de hablar de mis problemas. No tengo ningún estudiante antes de una hora, y, por un golpe de suerte, hay una botella de vino tinto en la cocina. Siéntese usted un rato, y podremos platicar y conocernos más.....María! tráenos la botella de vino y dos copas por favor!"

Hablaron durante una hora, hasta que un chico se presentó a su lección de matemáticas.

Rodrigo regresó a su apartamento y cerró la puerta tranquilamente.

Se quedó apoyado contra la puerta cerrada, reflexionando, pensando.

Todos sus propósitos habían cambiado.

Un momento después, oyó el ruido de la silla de ruedas sobre el piso de arriba y se sorprendió de sentir una emoción muy fuerte y suave al imaginar la próxima vez que podría ver a Ana.