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La jaula de oro o la travesía hacia el Norte

Horacio Molano Nucamendi*

http://jauladeoro.com/

Según cifras de la ONU, más de 230 millones de personas viven fuera de su país de origen; de ellas, cerca de 136 millones son habitantes del Sur (antes llamado Tercer Mundo; ahora nos referimos a esta región como "países en desarrollo") que se trasladan al Norte, en donde se encuentra el tan ansiado progreso.

Pasa y pasa el tiempo y las noticias trágicas siguen siendo las mismas: africanos tratando de alcanzar la costa mediterránea en precarios botes o centroamericanos cruzando la frontera Guatemala-México para subirse a "La Bestia" nombre con el cual ha sido bautizado el tren que lleva mercancías de Chiapas hacia la frontera México-Estados Unidos. Esta última nación es el polo de mayor atracción como sitio de llegada. Las políticas migratorias no cambian y miles y miles de habitantes de nuestro continente emprenden el rumbo hacia un Norte donde buscan un destino más promisorio que el de su lugar de nacimiento. De este fenómeno social trata la película de Diego Quemada-Diez intitulada La jaula de oro (2013), metáfora de encierro, pues los trabajadores sin papeles (conocidos como indocumentados y hasta como "ilegales") arriesgan todo para ser mano de obra cautiva de la mayor economía del mundo occidental.

Desde un enfoque realista, el filme nos presenta la vida de cuatro adolescentes que tratan de concretar su sueño americano. Uno de ellos, Samuel, desaparece de escena después del infructuoso primer intento de recorrer más kilómetros que los alejen de Guatemala; decide pues abandonar el grupo y quedarse en su tierra de origen. Sara oculta su género con la finalidad de evitar los abusos de las que son presas las mujeres en trayectos de este tipo y su carácter afable ayuda a la cohesión de grupo. Chauk es un indígena maya no castellanizado, quien huye de las mismas condiciones desfavorecedoras de cualquier población infantil en comunidades rurales latinoamericanas, aunque es objeto de una doble discriminación, la de clase y la de etnia. Juan es el protagonista que va madurando a golpes en su travesía.

Todos ellos han tenido una niñez inmersa en la miseria. Recordemos que en México más de la mitad de la población de 0 a 17 años vive en la pobreza; eso significa que 21 millones de bebés, niños y adolescentes carecen de una vivienda digna, de seguridad social, de servicios de salud o de nutrición adecuada; tres de cada diez pasan hambre. Las cifras en Centroamérica agudizan el dramático panorama. De tal manera que la voluntad de los personajes de la película por escapar de esas circunstancias tiene su base en el día a día de tantos muchachos que inician su vida de modo desventajoso, dada la inequidad de distribución de los recursos en el planeta.

La crudeza de los hechos es colocada ante nuestros ojos por los realizadores de esta cinta, en la que han cuidado tanto la fotografía como el sonido. La luminosidad del paisaje guatemalteco se contrapone con la oscuridad nocturna de la nieve. No se trata de un viaje hacia la luz, más bien es el itinerario por el sombrío rumbo de tantas vidas puestas en peligro por la búsqueda quimérica del dinero. En este sentido, el uso del silencio, los diálogos cortos, el empleo de la lengua tzotzil (lengua maya) y la música nos conducen a una atmósfera agridulce. Escuchamos risas, notas del compás de un baile, pero también golpes y gritos; ganas de entendimiento a la par del silbido de un disparo. La factura cinematográfica es grandiosa, pues consigue el efecto de que el espectador se compenetre con la situación de los personajes.

La jaula de oro consigue ser más que una denuncia al presentarnos fielmente las condiciones de tantos y tantos seres humanos que desean escapar de la miseria. No importa andar descalzos, no importa enfrentar la amarga experiencia de abandonar su país, con tal de lograr un mejor futuro. En este sentido, estamos ante todo lo mejor y todo lo peor que la humanidad nos puede dar.

* Profesor de Literatura
CEPE-UNAM, CU, México, D.F