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La humanidad descarnada. A propósito de la reciente película de Roman Polanski

Horacio Molano Nucamendi*

Michael y Penelope reciben en su departamento a Alan y Nancy para discutir sobre el incidente que en un parque de Nueva York han tenido sus hijos, Ethan Longstreet y Zachary Cowan.

En la primera escena de la película vemos a unos niños reunidos en el parque, de repente una escaramuza y uno de ellos golpea a otro con una rama. Los primeros diálogos nos resumen los hechos en voz de los padres. Penelope escribe en la computadora un reporte de lo sucedido; entra en conflicto de inmediato con Alan, al denotar en sus palabras la intencionalidad del agresor, quien "armado con un palo" ha golpeado a su hijo. Corrigen el verbo armar por llevar y ahí comienza esta historia en la que las perspectivas de los cuatro personajes inician el juego dramático de "Carnage" (2011) la reciente película del director Roman Polanski, que en México se exhibe con el título de "¿Sabes quién viene?".

Muchas veces se da por terminada la visita pero algo que está por decirse los hace continuar en la discusión sobre el acto violento de un niño. Apreciamos como Penelope es la más indignada por los hechos; Alan justifica la agresión con el argumento de que la violencia es parte misma de la humanidad; Michael hace ver que el problema de los hijos es síntoma del malestar familiar evidente en la relación de pareja; y Nancy termina por justificar el acto de Zachary como una manera de interactuar en una sociedad en que la que el individuo se enfrenta a las acciones de grupo.

Ethan es el líder de una pandilla que ha excluido a Zach por considerarlo un soplón. "Los valores" que quieren inculcar a sus hijos salen a la luz y al parecer no hay nada más oprobioso que un delator. Detengámonos en esto un momento. Se parte del supuesto que es inaguantable, por la deshonra que implica, el que alguien traicione a su grupo. De ahí la vergüenza de acusar a un par con alguien de fuera. De ahí el argumento de Nancy para decir que finalmente Ethan ha recibido su merecido, pues él terminó revelando el nombre de su hijo, rompiendo las reglas de las relaciones de la infancia.

Esta discusión entre adultos revela también la moral de cada uno de ellos. Alan es un abogado defensor de una compañía farmacéutica que ha sacado al mercado un medicamento con severos daños colaterales; Penelope es una señora políticamente correcta a quien saca de quicio el que la sirvienta no sepa qué va o no en el refrigerador; Michael es el típico macho que se enorgullece de que el hijo sea el jefe de una banda, pero al mismo tiempo reconoce su temor hacia los roedores; y Nancy saca a relucir los argumentos de una madre que justifica todos los actos de su hijo. En fin, los diálogos están sólidamente elaborados.

La complejidad de la trama trasciende el espacio cerrado del departamento al recibir los hombres llamadas al celular (trabajo) o al teléfono fijo (la madre), creando una subtrama en que una anciana ha tomado una medicina con contraindicaciones perjudiciales. Al parecer son las mujeres quienes verdaderamente quieren hablar sobre lo que les ha sucedido a sus hijos. Los padres ven el asunto como algo menor que no tendrá mayor consecuencia. Sin embargo, es la idea de lo que la gente espera de sus hijos la que está en juego. A la señora Longstreet le disgusta la idea de tolerar un acto como el que ha cometido este niño de once años, a quien percibe como una amenaza nacional; a la señora Cowan le sienta mal la percepción del padre de su hijo, quien admite que Zachary es problemático. La infancia como la esperanza de un mundo mejor es lo que se pone en cuestión. ¿Por qué creer que los niños en sí tienen la posibilidad de cambiar el destino humano?

La construcción de los personajes es genial, más allá de los tan recurridos problemas conyugales y parentales, pues al poner en escena a estos cuatro adultos tenemos a la vista la manera en que nos conducimos en sociedad "guardando las formas", hasta que poco a poco se va perdiendo la compostura. Entra en juego el alcohol, que hermana a los hombres y distancia a las mujeres. Hay borrachos felices e infelices, pero es el whisky el que deja ver los rostros detrás de las máscaras sociales.

Quizá sea Nancy quien físicamente, con sus acciones, expresa mejor el punto límite al que han llegado, pero todos han quedado al desnudo al reconocer sus susceptibilidades. Se trata del valor que les concedemos a las cosas, muy bien manejado en esta historia en que vemos el apego al buen licor y los habanos de Michael, el concederle Alan a su celular el control de su vida, la importancia de la bolsa para Nancy y qué decir de los libros de arte expuestos en la mesa de centro de la sala de Penelope. Todos valoramos nuestras pertenencias, a todos nos duele que se arruinen, pero ante todo está el conflicto de darnos cuenta que somos vulnerables y que tenemos el instinto de defensa a flor de piel. De tal modo, el sentimiento de venganza de los anfitriones queda al descubierto, ya sea como una cachetada con guante blanco al ofrecer una copa de un whisky de 18 años de añejamiento o arrojando contra la pared las pertenencias más queridas de una mujer.

Este filme de Roman Polanski es una adaptación de la exitosa obra teatral "Le dieu du carnage" (2007) de Yasmina Reza, adaptada por ambos y en cuyo reparto aparecen John C. Reilly (el padre asesinado de otra película sobre violencia, "Tenemos que hablar de Kevin", ahora papá de la víctima), Jodie Foster, Christoph Waltz y Kate Winslet.

* Profesor de Literatura
CEPE-UNAM, C.U., México D.F.