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Las dos Fridas

Akino Kashima*

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Hace más de cien años había una mujer que se llamaba Frida Kahlo en México. Frida era pintora y vivió en la primera mitad del siglo XX. Su esposo también era un pintor muy conocido que se llamaba Diego Rivera. A pesar de tener una carrera exitosa como pintora, ella sufría de una enfermedad incurable, la infidelidad de su esposo. Además, ella también estaba confundida sobre sí misma.

Un día apacible, como siempre, ella se despertó con el sonido del violín que su vecina anciana practicaba todas las mañanas. Se estiró y miró al lado, pero no estaba su esposo. "¿Ya se habría levantado de la cama?" Pero no olía a café, siempre Diego lo preparaba en la mañana. Metió la mano en la cama, pero no sintió ningún calorcillo. "Hasta Mimi quiere dejarme". Mimi era una gatita a la que cuidaba en su casa, pero por aquellos días, había ocasiones en que no regresaba a casa. Frida sospechaba que había conseguido a un novio. En cuanto a su marido, no había disminuido el cariño que sentía por él y no le importaba que no regresara a casa. Ella se paró con un poco de flojera y preparó un pan con mantequilla y café. Le había pedido a su esposo que comprara mermelada de fresa en su camino de regreso, pero ni modo. Tomó tres pastillas con un vaso de agua. Dejó los trastes en la cocina y salió de paseo con una sombrilla.

No tenía ningún destino, sólo siguió caminando sin rumbo. De repente, tuvo ganas de toser. El doctor le había dicho que ella tenía trombosis venosa y que sería difícil curarse, pero ella nunca lo tomó serio. Se paró y dobló el cuerpo para calmarse. En el suelo había una fila larga de hormigas, la cual seguía al tronco de un árbol. Abajo del árbol encontró una ranita. Se extrañó de que estuviera por allí, ya que no había ríos ni pantanos cerca. La ranita tenía color café, pero no como el color café castaño, sino como el color de un plátano que se echó a perder. Le dieron risa sus ojos grandes y separados, ya que se parecía a su esposo. Sabía que tenía las piernas paralizadas, trató de agarrarla y llevarla a casa, pero la ranita la rechazó y empezó a caminar. Sus piernas lastimadas sólo le permitieron avanzar a dos metros por minuto, pero siguió adelante paso a paso. Frida la siguió por curiosidad. Ella nunca había pasado antes por el camino que la ranita tomó; llegaron a un pantano cuando ya se estaba oscureciendo. El cuerpo de la ranita se veía más pequeño que unas horas antes. Entonces, la ranita se paró de repente y ahí estaba otra ranita, pero su color era verde claro. "¿Desde cuándo estaba esperando?" La ranita verde no se asustó de la mirada de Frida, sino que le devolvió la mirada y le dio una sonrisa. La ranita quiso darle las gracias por acompañar a la ranita café. Las ranitas saltaron al pantano juntas, y así desaparecieron frente a la mirada de Frida. Ésta miró el pantano, pero ya no había huella de las ranitas, sino que se reflejaba la cara de Frida. No le gustaba tener un espejo en su casa porque no lo necesitaba, pero se quedó unos minutos mirándose en el pantano. El regreso a casa fue rápido, pero no entró. Se sentó en una silla en el jardín y empezó a dibujar. Siguió dibujando por horas hasta que acabó su cuadro. Le puso un nombre a la pintura "Las dos Fridas". Ya era de madrugada y olía a café desde la cocina.

* Estudiante japonesa de Español Superior
CEPE-UNAM, C.U., México D.F.