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Ekaterimburgo

Ekaterina Zelenskaya*

"La globalización borra fronteras" – eso podría ser su primer pensamiento al llegar a la tercera ciudad más importante de Rusia, ubicada entre Europa y Asia, en los viejos Montes Urales, por donde cayó en febrero de 2013 el famoso meteorito.

Aquí uno puede notar características similares a las de otras grandes ciudades: edificios de vidrio y hormigón, el tráfico, ruido constante, mucha gente que anda con prisa, redes de tipo McDonalds, varios centros comerciales, donde se descansa consumiendo.

¿Tiene particularidades esa ciudad? Un turista superficial estaría satisfecho con conocer la nueva Catedral-sobre-Sangre que marca el hecho más conocido de nuestra historia: la matanza del último emperador ruso y de su familia. Entre las construcciones contemporáneas, con su brillo monótono, una mirada un poco más atenta percibiría edificios históricos: unos descuidados como los de estilo constructivista, otros bien arreglados como mansiones de las viejas calles comerciales y algunos escondidos como las casas de madera que forman "el barrio literario", donde actualmente se sitúan museos.

Para obtener una imagen un poco más completa, hay que recordar que la ciudad fue fundada como una fábrica, en medio de tierras ricas en recursos naturales. Asi que en el mero centro se encuentra una presa que funciona hasta el día de hoy. Ekaterimburgo se ha desarrollado como una ciudad industrial. En la época soviética creció rápidamente. Si nos alejamos del centro, observaremos numerosas chimeneas de las fábricas y también viviendas típicas, grises y estrechas, en las cuales vive la mayor parte de población.

Si en el centro todo te invita a gastar, aquí el tema principal es "economizar". Economizar energía, espacio, emociones. La gente normalmente está abrigada, callada, no sonríe, no se saluda, esconde sus sentimientos de miradas ajenas. En los patios descuidados, en las paradas de transporte los borrachos la pasan tomando. Pero no todo es como se ve desde lejos. Quien busca matices los encontrará inclusive en el color gris. Para conocer historias de esas personas, sus dramas, esperanzas, conflictos, hay que convivir con ellas, esto requiere tiempo, paciencia y amor humano.

Esperemos que todavía no estéa unificada esa gente como las fachadas modernas de vidrio, ni tan gris como las viviendas en las cuales creció. Las primeras conclusiones pueden ser equivocadas por su carácter apresurado, pues para conocer bien una ciudad, igual que para conocer profundamente a una persona, toda la vida puede ser insuficiente.

* Ex estudiante rusa de Español Intermedio 2
CEPE–CU, UNAM, México, D.F