El Camino de Ladrillos Amarillos
Josephine Laframboise*
Esta historia está dedicada a mi madre, por
su coraje, su inteligencia, su corazón y su amor por el hogar.
Llegué a una bifurcación en el camino. No tenía ni idea de cuánto tiempo me quedaba antes de llegar a la Ciudad Esmeralda, pero ya tenía los brazos agotados.
Toto empezó a ladrar.
-"Disculpe, ese camino es muy bonito. O podría ir por ahí."
-"¿Quién dijo eso?"
-"Por supuesto que la gente va en ambos sentidos."
-"Espantapájaros, ¿eres tú?"
-"Sí."
-"¿Qué estás haciendo ahí arriba? ¿No puedes bajar?
-"No, estoy atrapado."
Atrapada, esa era una sensación que conocía muy bien.
"Me encantaría ayudarte pero no puedo llegar a donde estás. Pero si te echas para atrás y doblas el clavo tal vez te caigas."
Y así, el espantapájaros se cayó. Lo miré con nostalgia mientras se ponía de pie. Al principio estaba un poco inestable, pero rápidamente encontró su equilibrio.
Le expliqué que iba a conocer al Mago de Oz porque necesitaba ayuda para volver a casa y él decidió venir conmigo con la esperanza de que pudiera conseguir un nuevo cerebro.
Sin preguntar, me agarró por las asas de la silla rodante y empezó a empujarme. Odiaba la sensación de depender de la ayuda de otros, pero sabía que si quería volver a casa, tendría que aceptar la ayuda.
El sonido de las ruedas en el camino de ladrillos me dificultaba escuchar a mi nuevo amigo, que charlaba sin parar como si nos conociéramos desde hacía años. Tuve que agarrarme fuerte porque de vez en cuando chocábamos y yo salía volando.
De vez en cuando, mis pantuflas de rubí atrapaban la luz del sol y brillaban, sirviendo como un recordatorio de que, como ellos, mis pies no eran más que un adorno.
*Estudiante de Canadá del Taller literario de Voces Femeninas: identidades, maternidades y violencias.
UNAM-Canadá
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