Cómo el abuelo no reconoció a Tatiana
Tatiana Golovina*
Cuando era niña, cada verano iba al pueblo de mis abuelos. Eran muy tiernos y cariñosos. A mí me encantaba abrazar a mi abuelo y hablar mucho tiempo de todas las cosas que me interesaban. Una vez, cuando tenía como tres o cuatro años, mi papá y yo fuimos a visitarlo en avión, y mi abuelo nos estaba esperando en el aeropuerto. El abuelo todavía no nos había visto, y mi papá me dijo: “ve con tu abuelo, pero no le digas nada”. Luego mi papá se escondió y me acerqué a mi abuelo cuando él estaba hablando con sus amigos. Lo toqué y le sonreí, pero no le dije nada, como mi papá me había pedido antes. El abuelo me vio, se sonrió también y les dijo a sus amigos: “¡Miren! Les gusto a los niños”. Y nada más. No me reconoció. No me dijo nada como “Hola, mi querida nieta”. Solo continuó hablando con sus amigos. Entonces mi papá apareció y le dijo a mi abuelo que no había reconocido a su nieta. Ellos rieron mucho.
Ahora no recuerdo cómo me sentí en ese momento, pero creo que me sentí ofendida porque mi querido abuelo no me había reconocido. Puede ser que yo había cambiado mucho durante el año en que no nos habíamos visto. Después, mi padre y mi abuelo le contaron esta anécdota a mi mamá, a mi abuela y a toda la familia, y se llama: “Cómo el abuelo no reconoció a Tatiana”. Lo padre de tener una familia grande es que escuchas una anécdota muchas veces y puedes memorizarla mejor.
Imagen: Halfpoint
*Estudiante de Rusia del curso Español 5
CEPE-Polanco, UNAM, Ciudad de México
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