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Los cambios de personalidad en la novela Nuestra Señora de la Soledad, de Marcela Serrano

Christine Johnson

En esta novela, Marcela Serrano hace gala de su arte literario con el tema del disfraz y/o de los cambios de personalidad. Podemos hablar de la transformación de personas reales en personajes literarios o bien de su renacimiento como tales.

En el primer caso, pienso en la autora misma, que, en mi opinión, se identifica un poco con Rosa Alvallay, la detective, y un poco también con la escritora "desaparecida", C.L. Ávila. Quizás está aquí la magia de ser escritor.

Rosa Alvallay está encargada de hallar a la famosa autora C.L. Ávila, quien desapareció después de haber participado en la Feria del Libro, en Miami. Con su método analítico, llega a entender no solamente los motivos de C.L. Ávila, sino mucho más a propósito de ella misma. Al final de la novela conocemos a una Rosa Alvallay mucho más comprensiva y generosa de lo que podríamos haber juzgado al principio. Dice la detective: "Pienso que lo que ha hecho C.L. Ávila no se distancia tanto de nuestra fantasía" (p. 234).

Para C. L. Ávila, al contrario, su manera de "cambiar" es huir de una situación en la que se sentía oprimida (de la relación y la vida con su esposo, el Rector Tomás Rojas, en Santiago de Chile). Huye de una identidad bien conocida, muy pública, pero que ella rechaza, para descubrir la libertad y sus raíces más bohemias.

En cada caso, son las necesidades propias, la esencia de la personalidad, es decir, es el alma de la persona, lo que la impulsa a seguir un camino, a recrearse, a través de búsquedas o fantasías e incluso al escribir textos literarios, ficción.

Hija de Richard Lewis, de origen estadunidense, y de Luisa Ávila, una madre rural chilena, C. L. Ávila es una mujer que vive desde su niñez dolorosas experiencias de abandono. Por una parte, sus padres siempre estaban de viaje en alguna parte del mundo, y ella quedaba abandonada en manos de sus abuelos en Chile, o, tras haber sido testigo de un asesinato, a cargo de su tía Jane en San Francisco; por otra, también ella goza de gran libertad con sus propios viajes por el mundo, sobre todo en Estados Unidos, en el estado de Florida.

Después, C. L. Ávila encuentra a su "gran amor" en México y da a luz a un hijo. En vista de que su gran amor está comprometido en otra relación, regresa Carmen a vivir con su tía Jane en San Francisco. Desafortunadamente, durante su estancia allá, es violada de modo bastante brutal. Para tratar de huir de todas sus penas y heridas, C. L. Ávila regresa a Chile otra vez, donde se casa con el rector Tomás Rojas: "Chile pasó a ser un nuevo escenario descontaminado de toda huella de dolor anterior y su gratitud hacia el Rector fue extensa. ... lo quiso leal y discretamente." (p. 244) Aunque tiene todos los lujos posibles, una casa grande y bellísima, C. L. Ávila apenas si logra conformarse a la imagen "conservadora" y de "dama bien nacida" que necesita su esposo en los círculos sociales en los que se desenvuelve. Y ése es el motivo principal para al final huir y no regresar jamás, decisión que la lleva a cambiar completamente de personalidad. Así, al fin de la novela, no encontramos ya a C.L.Ávila, sino a Luisa Reyes, una rubia, mucho más delgada y que parece aun más joven.

En el segundo caso del que hablábamos al principio, el de "renacimiento como personajes literarios" dentro de la misma novela, encontramos a Gloria González, que aparece como una bebé en brazos de su madre cuando ésta mata a la abuela de Carmen. La escritora, testigo involuntario de este crimen cuando era muy niña, hace "renacer" a Gloria como el personaje de Pamela Hawthorne, heroína de sus novelas policíacas. Quizás para C. L. Ávila era ésa su manera de dar voz a Gloria o de darle fuerza en su papel de testigo-investigadora. Al mismo tiempo, la escritora quizás odiaba en Pamela Hawthorne a Gloria González por haber tenido una aventura con su esposo, Tomás Rojas, como nos enteramos al final de Nuestra Señora de la Soledad; quizás también la odiaba porque Pamela, al igual que su autora, era prisionera de su propia vida:

--Cómo se ve a sí misma hoy día?

--[...] de alguna manera oblicua, sutil, me veo prisionera. Como la Kumari [dice Carmen en una entrevista]. (p. 128)

Sea como fuere, sabemos una cosa: con su desaparición, C. L. Ávila logra no solamente destruir de una vez para siempre a su personaje principal, Pamela Hawthorne, sino que también logra desaparecer completamente ella misma. Pero, al mismo tiempo, preserva el arte de escribir: "Quizás murió la novela negra, murió Pamela Hawthorne, murió C. L. Ávila, pero no así las ansias de inventar historias y contarlas." (p. 231).

No hay duda que a través de todos esos "cambios de personalidad", Marcela Serrano demuestra muy bien su maestría para poner narraciones dentro de narraciones, utilizando disfraces cuantas veces quiere para que correspondan quizás con sus propias fantasías:

"El privilegio del escritor es que su oficio puede continuar con absoluta prescindencia del mundo exterior y de sus semejantes, característica que se arrogan pocos quehaceres en esta tierra." (p. 232)