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Urgencia en la colonia Condesa

Sandra Núñez*

Foto: La Condesa está de fiesta, cumple 100 años de tradición

Al iniciar la semana de clases tengo como costumbre, con riesgo de que me tachen de metiche, preguntarles a los alumnos sobre las actividades que tuvieron el fin de semana; se me antoja como una manera de que estemos más involucrados como grupo y posiblemente como amigos.

Hace dos semanas, tras mi dinámica semanal, una de las estudiantes (Sonja) relató bastante extrañada un raro suceso. Ella y su marido son de Suiza y han vivido aquí en México en el barrio de la Condesa desde hace unos meses. Ese fin de semana ella tenía la visita de su hermano (quien no habla español y por lo tanto se comunica en inglés por ahora). A media noche sonó el timbre de su apartamento y su hermano se asomó por el balcón. El hombre tocaba desesperadamente la puerta del edificio. El hermano preguntó qué era lo que quería y el visitante en un inglés muy básico le pidió primero que le abriera la puerta para hablar directamente con él, después se identificó como vecino del edificio, diciendo que los conocía y que por eso les pedía ayuda, ya que su hijo estaba enfermo y necesitaba con urgencia dinero para comprar una medicina. Explicó que por ahora no contaba con efectivo y sus tarjetas de crédito tenían algún problema para funcionar en el cajero.

Al escuchar el alboroto se levantaron y le preguntaron qué pasaba; el hermano de Sonja explicó lo que sucedía y al asomarse a ver al desconocido, ya no había nadie.

Recordé en ese momento que hace más de tres años una alumna estadounidense llegó a mi clase narrando una aventura similar; con la variante de que Vanesa vivía sola, acababa de ser enyesada de una pierna por un accidente y al ver la desesperación del seudo-vecino accedió a prestarle $500 pesos. Después de unos días ella investigó sobre su deudor y efectivamente tenía un vecino con los mismos datos, pero no era la misma persona a quien ella le había prestado dinero. Así que en ese momento sólo concluimos que la habían estafado.

Platicando con los profesores, la profesora Ana Lidia recordó que hace un tiempo un alumno japonés le llamó a media noche para pedirle consejo sobre una mujer que llegó a su casa desesperada y le pedía le prestara dinero para las medicinas de su hijo enfermo; aquí la señora ya se había metido a su casa y casi le exigía el dinero. Ana Lidia, aunque medio dormida y desconcertada, pudo hablar por teléfono con la señora y decirle que su alumno no tenía efectivo para prestarle y que era mejor que se saliera de ahí. Afortunadamente es esta ocasión hubo apoyo de otra persona y todo estuvo bien.

Ahora que las coincidencias me han hecho pensar en lo común de todas las situaciones, tengo la fuerte idea que es una manera de asaltar pasivamente: un hombre o mujer bien vestido identificándose con datos de un vecino verdadero; la historia de un hijo(a) enfermo(a) con urgencia de medicinas a mitad de la noche; los mismos pretextos de falta de efectivo y una tarjeta fuera de servicio; la promesa de pagar casi de inmediato; edificios en la Condesa; y sobre todo la prisa y la sorpresa de todo la peripecia, pienso que nos empujan a actuar ilógicamente a como lo haríamos si tenemos un par de minutos para reflexionar. Así que lo mejor será estar alertas y listos para que las situaciones no nos tomen totalmente desprevenidos.

*Profesora de Español, CEM, Polanco