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Quebec: una región donde la guerra nunca ha tenido buena prensa.

 

 El 22 de marzo de 2003, cuarto día de la guerra estadounidense contra Irak, hubo manifestaciones antibelicistas en varias ciudades del mundo. En Canadá, 3 500 se manifestaron en Toronto, ciudad de habla inglesa de 5 millones de habitantes. En cambio, en la ciudad de habla francesa de Montreal, con 3 millones de habitantes, hubo  200 000 en las calles.

En parte, la diferencia se explica directamente por la lengua: por razones obvias, los medios estadounidenses influyen mucho más en la opinión de los anglocanadienses, quienes ven más la televisión de E.U. que la propia. Por el contrario, la televisión canadiense de lengua francesa emite a menudo reportajes de la televisión de Francia.

Sin embargo, la unanimidad quebequense — menos de 10% apoya a Bush, según encuestas hechas antes del ataque  — es sobre todo producto de la historia canadiense. Desde la "conquista" británica de Canadá en 1763, siempre fue muy difícil para los francocanadienses identificarse con el ejército, que tenía al inglés como única lengua hasta  finales de los años 60 y que durante mucho tiempo fue visto como poder ocupante.

Empezó con la rebelión de 1837-38. Aunque los colonos ingleses del Alto-Canadá (hoy Ontario) se rebelaron también contra el poder británico, el movimiento fue más grande en el Bajo-Canadá (hoy Quebec), y por consiguiente, la represión más sangrienta. Siguen las dos rebeliones de los Métis (mestizos) del oeste, en 1869-70 y 1884-85. Los Métis eran descendientes de indígenas y de comerciantes franceses. En una situación de fuertes tensiones entre católicos y protestantes, la supresión de los rebeldes y la ejecución en 1885 de Louis Riel, jefe catolicísimo de los Métis, se volvieron en Quebec símbolos de la supuesta injusticia del poder colonial británico.

La gran crisis estalló más tarde, durante la Primera Guerra Mundial. El contexto político contribuyó a la agravación de la crisis: en 1912, el gobierno de Ontario había prohibido las escuelas de lengua francesa. En medio de esta disputa, el hecho de que Canadá, como colonia británica, entrara automáticamente en la guerra en 1914, fue mal aceptado en Quebec.

En los primeros años de la guerra, los anglocanadienses acusaron a los de habla francesa de no contribuir a la guerra; aunque 40% de la población hablaba francés, menos de 10% de los voluntarios que se enrolaron eran de lengua francesa. Del lado quebequense se decía que los canadienses no tenían ninguna razón para morir por defender el imperio británico.

En 1917, el primer ministro conservador propuso la conscripción (el servicio militar). Siguieron elecciones en las que su partido ganó una gran mayoría fuera de Quebec, pero perdió todos los asientos quebequenses, con excepción de tres circunscripciones anglocanadienses. La conscripción fue adoptada y el gobierno mandó tropas hasta Montreal y la Ciudad de Quebec para suprimir motines.

La historia se repitió, con variaciones, en la Segunda Guerra Mundial. El Partido Liberal fue elegido en 1940 con el compromiso de nunca imponer la conscripción. Los canadienses de ambos "pueblos fundadores" se enrolaron en las filas, pero los conservadores siguen criticando el compromiso liberal. En 1942, los liberales anunciaron un referéndum: ¿aceptarían los canadienses liberar al primer ministro de su compromiso relativo a la conscripción? La división lingüística fue muy fuerte: 80% de los de habla inglesa votaron "sí", contra solamente 15% de los de habla francesa. Ante esta situación, el gobierno esperó más de dos años para introducir la conscripción.

Desde el punto de vista de hoy, el rechazo a la Primera Guerra parece muy lógico — y el rechazo a la Segunda inexcusable—. La actitud de muchos líderes quebequenses no tenía que ver con el pacifismo, sino con el fascismo: en los años 1930, ante la crisis económica y la subida del movimiento obrero, muchos elementos de la Iglesia católica en Quebec promovían el "corporativismo" a la manera italiana y apoyaban a los fascistas en la guerra civil en España y al régimen de Vichy en Francia.

Afortunadamente desapareció el criptofascismo quebequense con los cambios sociales de las décadas de 1950 y 1960. En 1968, con la Ley sobre las Lenguas Oficiales, Canadá tuvo finalmente un ejército bilingüe. Pero sucedieron entonces los acontecimientos de 1970. Para suprimir a un pequeño grupo de terroristas separatistas, el gobierno canadiense impuso la ley marcial, mandó soldados a las calles de Montreal y detuvo a cientos de activistas políticos.

A pesar de la crisis de 1970, el ejército sigue ganando respeto en Quebec con su participación en numerosas misiones de mantenimiento de la paz. Falta todavía el recuerdo de alguna guerra heroica y sigue el sentimiento que los quebequenses son siempre perdedores cuando hablan de armas.

El reflejo antibelicista de los quebequenses es una constante de la vida política canadiense. Aun cuando puede tener aspectos aislacionistas, en la situación actual tiene la inmensa ventaja de proteger a Canadá, por lo menos en parte, de la tentación de seguir a los Estados Unidos en aventuras belicosas.

*Estudiante de español, UNAM-ESECA, Avanzado 1