Un fracaso afortunado
Uliana Egorova*
Mi primera visita a México fue inolvidable en todos los sentidos de la palabra. Era finales de diciembre de 2019. Dos de mis amigas y yo volamos a México para celebrar mi cumpleaños. Antes de ir a la playa de Tulum, famosa por sus festivales de música electrónica en enero, decidimos pasar una semana en la Ciudad de México, una de las ciudades más grandes del mundo. Cuenta con una población de 20.5 millones de habitantes y con siglos de historia. La idea de empezar a conocer la cultura de este país desde esta ciudad, en aquel momento nos pareció muy sensata. Hasta una noche.
Como la mayoría de los turistas, nos hospedamos en la colonia Roma y empezamos a explorar los alrededores. Después de un largo día de caminata por el Centro Histórico y los museos, encontramos un casino. Y como ninguna de nosotras había estado en un casino antes, más el vuelo de endorfinas y adrenalina, decidimos probar suerte. Y como dicen en Rusia, los tontos tienen suerte. Esa noche ganamos aproximadamente 25 000 pesos jugando al BlackJack.
Salimos del casino y pasamos por el bar de la esquina para celebrarlo todo. Después de unas margaritas, pedimos el taxi para regresar a nuestro departamento; unos minutos antes de llegar, el coche fue cancelado. Enfrente se había estacionado un taxi local y el conductor nos preguntó que a dónde íbamos. Nos subimos al coche y finalmente íbamos camino a casa, felices, cansadas y borrachas.
Por alguna razón que desconozco, la policía (así se identificaba) nos detuvo y nos pidió que mostráramos nuestros pasaportes. Yo tenía mis documentos conmigo, pero mis amigas los dejaron en el departamento y tenían solo las copias en sus manos, lo que no satisfizo a la policía. Después de un rato explicando que podíamos ir hasta nuestra casa y mostrarles los documentos, si era necesario, todo fue demasiado lejos. Uno de los supuestos policías abrió la puerta del lado de mi amiga Ksenia y comenzó a sacarla con fuerza del auto. En completo shock, sin entender nada, salí del auto, tratando de entender lo que estaba pasando.
Comenzaron a buscar en su bolsa y, mágicamente, encontraron un joint que, por supuesto, no era nuestro. Sin explicaciones, agarraron a Ksenia y la metieron en un coche de policía. Yo, mientras, estaba tratando de entender a qué comisaría la llevaban, pero no obtuve ninguna respuesta. Todos saltan rápidamente al auto y se van; después de unos cientos de metros el coche de la policía se detiene, echan a Ksenia a la calle y se van con su bolsa, nuestro dinero y mi pasaporte.
¡Qué noche! Por supuesto, lo primero que hicimos fue ir a la policía e hicimos una declaración. Después de unos días de revisar las cámaras de vigilancia, resultó que todo había sucedido en un punto ciego y que las cámaras de las calles aledañas mostraron que las placas del auto no estaban registradas en la base de datos. Nos parece que fue un montaje, probablemente, por parte del casino donde ganamos el dinero.
Bueno, los problemas no terminaron ahí: me tomó varias semanas conseguir los trámites para salir del país. Y cuando finalmente mis documentos estaban listos, las fronteras se cerraron debido a la Covid-19. No pude regresar a Rusia durante los siguientes seis meses.
Pero hay un lado blanco en toda esta sucia historia: durante este tiempo difícil para mí conocí a mi futuro marido. Como dicen, el universo tiene sus propios planes para nuestros planes. Y ahora, años después, mirando hacia atrás, agradezco esta situación. Después de todo, si esto no hubiera sucedido, difícilmente estaría donde estoy ahora. Entonces, gracias a la “valiente policía” mexicana y gracias a la Covid-19. ¡Valió la pena!
*Estudiante de Rusia del Taller de crónica literaria
Profesor: Eliff Lara
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México
Foto de: Famitsay Tamayo en Pexels
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